Un nuevo contrato social para la educación
La nueva publicación de UNESCO sobre la Educación ha salido a la luz el pasado 10 de noviembre. Aquí destacamos un resumen.
El futuro de la humanidad sobre el planeta está comprometido, lo sabemos. La pandemia ha tenido al menos el mérito de demostrar cuánto de frágiles son nuestras existencias y cuánto nuestros destinos están inextricablemente ligados. Es necesario y urgente a partir de ahora, tratar colectivamente para cambiar de capítulo y reinventar nuestro futuro. En este giro, la educación interpretará un papel crucial por su capacidad reconocida universalmente para provocar el cambio. Pero para jugar su papel deberá superar un doble desafío: hacer honor, por una parte, a su vieja promesa, es decir, ser efectivo y asegurar el derecho a una educación de calidad para cada niño, cada joven, cada adulto por todo el mundo; y, de otra parte, asumir enteramente su potencial transformador, con el fin de abrir la vía hacia un futuro colectivo sostenible. Para llegar ahí, conviene comprometerse en un nuevo contrato social para la educación, que permite corregir las injusticias transformando el futuro.
Este nuevo contrato social debe ser enraizado en los derechos humanos y estar fundado sobre los principios de no discriminación, de justicia social, de respeto de la vida, de la dignidad humana y de la diversidad cultural; debe apoyarse también sobre una ética de la solicitud, de la reciprocidad y de la solidaridad; debe por último reforzar la educación como proyecto público y un bien común de la humanidad.
El presente informe, preparado durante dos años y que ha podido apoyarse sobre una consulta mundial de cerca de un millón de personas, invita a los gobiernos, los socios de interés y los ciudadanos del mundo entero a elaborar un nuevo contrato social en favor de la educación, para construir un futuro pacífico, justo y sostenible para todas y todos.
Las concepciones, los principios y las proposiciones avanzadas aquí no constituyen más que un punto de partida. Solo un esfuerzo colectivo podrá traducirlas en actos y adaptarlas a las situaciones locales. Existen en efecto verdaderos destellos de esperanza. Este informe intenta reafirmarlos con el fin de que el futuro se construya sobre estos fundamentos. Que no se vea pues un manual o un plan director: es el comienzo de una conversación vital.
Nuestro mundo está en una encrucijada. Saber y aprender condicionan en nuestras sociedades toda forma de renovación y de transformación. Sin embargo, la persistencia de desigualdades a escala mundial – así como una necesidad imperiosa de redefinir el sentido, la organización, el contenido y el contexto de nuestros aprendizajes- demuestra que la educación lucha por mantener su promesa: la de construir futuros pacíficos, justos y sostenibles.
Por sed de crecimiento y de desarrollo, la especie humana se ha sumergido en el medio natural en un estado abrumador tal que nuestra propia existencia está ahora en juego. Los niveles de vida muy elevados de hoy en día conllevan las desigualdades más flagrantes. Nunca antes tantas personas han dejado de participar en la vida pública, en numerosos países el tejido de la sociedad civil y de la democracia se desmorona. Finalmente, de muchas maneras, nuestras vidas se trastornan por la velocidad de los avances tecnológicos, pero estas innovaciones no contribuyen a mejorar la equidad, la inclusión o la participación democrática.
Cada habitante del planeta tiene hoy día una pesada responsabilidad, no sólo con las generaciones futuras, sino también con la humanidad: garantizar un mundo de abundancia y no de escasez, un mundo donde cada uno pueda gozar plenamente de los mismos derechos humanos. Aunque el momento es grave, el futuro incierto y nuestra acción más urgente que nunca, tenemos buenas razones para la esperanza. En el curso de su historia, jamás nuestra especie se ha beneficiado de un acceso tan abierto al conocimiento, ni de un número tan importante de herramientas de cooperación – jamás, dicho de otra manera, la humanidad ha estado en una posición tan favorable para crear colectivamente un futuro mejor.
Este informe, establecido por la Comisión internacional sobre “Los futuros de la educación”, se pregunta sobre el papel que la educación podría interpretar para que este mundo y estos futuros comunes alcancen en efecto el horizonte 2050 y más allá. Las propuestas que se han presentado marcan la culminación de un proceso de reflexión de envergadura global que ha durado dos años. Este proceso en sí ha demostrado que un gran número de personas –niños, jóvenes y adultos- era perfectamente consciente de que, en este planeta que compartimos, nuestros destinos están ligados y que por lo tanto es esencial trabajar juntos.
Numerosas personas a través del mundo contribuyen ya a que estos cambios se conviertan en realidad. Este informe está impregnado de sus contribuciones sobre todos los temas, desde la concepción de espacios de aprendizaje hasta la descolonización de los curricula escolares pasando por la importancia del aprendizaje social y emocional. Se nutre de sus temores crecientes sobre el cambio climático, las noticias falsas o la “fractura numérica” o de crisis como la provocada por la COVID-19.
La educación –es decir, la manera en la que organizamos la enseñanza y el aprendizaje durante toda la vida- juega un papel fundamental en el proceso de transformación de las sociedades humanas. Nos conecta con el mundo y los unos a los otros, nos abre nuevos horizontes y refuerza nuestra capacidad de dialogar y tratar. Pero para poder construir futuros pacíficos, justos y sostenibles, nos corresponde transformar la educación en sí misma.