Escribo estas líneas en homenaje a Tzvetan Todorov, fallecido el pasado martes en Paris, a modo de reflexión en tiempos revueltos para el pensamiento humanista que él tanto trabajó.
Galardonado con el Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2008, este filósofo, historiador y lingüista -nacido en Bulgaria, pero de nacionalidad francesa- estaba considerado uno de los grandes intelectuales europeos, por lo que conviene releer sus escritos y recordar sus ideas. Sobre todo en estos momentos, en los que personas con tanto poder apoyan tantas barbaridades…
Todorov fue conocido primero por sus ensayos sobre literatura y a partir de los años 80 -después de la caída del Muro de Berlín- por su consagración a la historia de las ideas, centrándose en el pensamiento humanista y escribiendo sobre el totalitarismo. Era un «pensador de la libertad» como ha señalado Sandrine Tolotti, ex redactora jefa del bimestral literario Books, del cual Todorov era miembro de su comité editorial.
Como todo hombre desplazado -jugando con el título de su obra emblemática «El hombre desplazado», y como a él le gustaba calificarse- Todorov se distinguió por su espíritu inclasificable y su afición a traspasar fronteras entre disciplinas, escribió sobre él El País en una entrevista realizada en 2010. Allí, decía Todorov: “Cada individuo es multicultural. Las culturas no son islas monolíticas”, o “Este miedo a los inmigrantes, al otro, a los bárbaros, será nuestro gran primer conflicto en el siglo XXI”. Premonitorio…
Estas ideas forman parte de su pensamiento, que explicó en el discurso de entrega de los Premios Príncipe de Asturias y resulta interesante traer a la memoria.
«…. La globalización de la economía, por su parte, obliga a sus élites a estar presentes en todos los rincones del planeta y a los obreros a desplazarse allá donde puedan encontrar trabajo. La población de los países pobres intenta por todos los medios acceder a lo que considera el paraíso de los países industrializados, en busca de unas condiciones de vida dignas. Otros huyen de la violencia que asola sus países: guerras, dictaduras, persecuciones, actos terroristas. A todas esas razones que motivan los desplazamientos de las poblaciones se han sumado, desde hace algunos años, los efectos del calentamiento climático, de las sequías y de los ciclones que este conlleva… El siglo XXI se presenta como aquel en el que numerosos hombres y mujeres deberán abandonar su país de origen y adoptar, provisional o permanentemente, el estatus de extranjero. Todos los países establecen diferencias entre sus ciudadanos y aquellos que no lo son, es decir, justamente, los extranjeros…. Esto nos atañe a todos, porque el extranjero no sólo es el otro, nosotros mismos lo fuimos o lo seremos, ayer o mañana, al albur de un destino incierto: cada uno de nosotros es un extranjero en potencia.
Por cómo percibimos y acogemos a los otros, a los diferentes, se puede medir nuestro grado de barbarie o de civilización. Los bárbaros son los que consideran que los otros, porque no se parecen a ellos, pertenecen a una humanidad inferior y merecen ser tratados con desprecio o condescendencia. Ser civilizado no significa haber cursado estudios superiores, haber leído muchos libros, o poseer una gran sabiduría: todos sabemos que ciertos individuos de esas características fueron capaces de cometer actos de absoluta y perfecta barbarie. Ser civilizado significa ser capaz de reconocer plenamente la humanidad de los otros, aunque tengan rostros y hábitos distintos a los nuestros; saber ponerse en su lugar y mirarnos a nosotros mismos como desde fuera. Nadie es definitivamente bárbaro o civilizado y cada cual es responsable de sus actos. Pero nosotros, que hoy recibimos este gran honor, tenemos la responsabilidad de dar un paso hacia un poco más de civilización.» Reflexionemos sobre ello.