Mi aportación inicial a la Comunidad Internacional de Expertos KAIRÓS (Bilbao 2004), se basa en el mismo esquema de reflexión que utilicé en otro simposio, hace ya 17 años, cuyas ponencias fueron publicadas por la Fundación Friedrich Ebert con el título Sociedad Civil o Estado, ¿Reflujo o retorno de la Sociedad Civil? (Madrid, 1988).
1. Los valores típicamente cristianos que podría recibir la nueva sociedad civil de los cristianos:
El progreso de una sociedad está en peligro cuando se pierde o se selecciona la memoria histórica. Si frente a los retos de un cambio tecnológico que exige nueva acumulación de capital se intenta olvidar la crueldad del primer capitalismo liberal para ensalzar sus logros únicamente, se está traicionando la memoria. Si rápidamente se intenta olvidar opresiones y holocaustos, se priva a una sociedad de la memoria que le impedirá correr tras nuevos líderes salvadores. Cuando la herencia del pasado pierde densidad al son de ideologías centradas en el puro presente, en la mera concepción estética del pasado o en el fatalismo del eterno retorno, es necesario que alguien recupere para la sociedad la memoria.
Una sociedad se debilita cuando domina culturalmente el pragmatismo, entendido como acomodación resignada a los límites de posibilidad impuestos por leyes inalterables del funcionamiento del sistema. En las recientes ciencias sociales, sobre todo en economía, se establecen a veces determinismos que ni las ciencias de la naturaleza aceptan hoy en sus leyes. Falta culturalmente hoy imaginación y voluntad para cambiar de mentalidad, y lo que los cristianos definen como « pecados estructurales » son tomados como realidades insuperables. Para muchos, el paro, el subdesarrollo infrahumano, el lucro como único motor de la actividad económica, sencillamente son hechos que «están ahí». Sin un cambio de paradigmas, la ciencia se estancaría. Sin un cambio de mentalidad y sentido, la sociedad civil se paraliza y se cristaliza en un mero enmascaramiento de intereses explotadores.
Cuando en la cultura secular estaba difundida la convicción humanista de la dignidad, igualdad y fraternidad de todos los hombres ‑sin darse cuenta tal vez de los residuos cristianos que encerraban estos valores, defendidos a veces contra las mismas estructuras religiosas que en la práctica los rechazaban‑ se podía incluso dudar de que la fe cristiana pudiera aportar algo a la sociedad democrática. En nuestro tiempo asistimos, desde diversos campos científicos y prácticos, a un debilitamiento cultural del valor del hombre como sujeto. Es más objeto y dato que fin en sí. Y desde luego no es patente que todos los hombres cuenten lo mismo. La sociedad civil deja con frecuencia de ser civilizada y de considerar conciudadanos a sus prójimos de una manera que no sea sólo formal. La humanidad con el prójimo se acepta comúnmente como un factor de sensibilidad y buena educación. No está bien salpicar de barro al pobre, pero, ¿a santo de qué amargarme de que mi confortable status esté cimentado en el paro o el hambre de seres lejanos, que ni siquiera encuentro cara a cara en mi vida?
1.4. Resistencia ética
Lo que destruye la sociedad civil no es el autoritarismo o la dictadura, sino la capacidad que tienen los individuos de acomodarse pasivamente a la autoridad impuesta. El nazismo y las cámaras de gas no hubieran sido posibles sin una extendida colaboración de ciudadanos alemanes a los planes de Hitler. ¿Cómo es posible que no se resistieran? Un profesor de la Universidad de Yale, Stanley Milgram, partió de esta pregunta para hacer un experimento sobre la capacidad que podría tener el normal ciudadano americano para colaborar con una autoridad torturadora. El resultado fue horripilante. El 65% llegaban en un ficticio experimento a infligir corrientes eléctricas, que ellos creían que podían ocasionar la muerte, a otro individuo, descargando su conciencia sólo porque un profesor de Universidad –paradigma de la moderna autoridad, la científica– se lo ordenaba.
Hay en el detallado informe sobre el experimento Milgram el testimonio de un hombre tímido y escrupuloso que fue de los primeros que se resistió a continuar el experimento a partir del momento en que la víctima –el supuesto aprendiz que tenía que aguzar la inteligencia por el miedo al castigo– empezaba a protestar: «él no quiere continuar el experimento, y yo debo obedecerle a él antes que a Vd., aunque diga que lo tiene todo controlado y asume la responsabilidad». Después comentó que era profesor de Antiguo Testamento y justificó así su resistencia estrictamente ética ante la autoridad: «Cuando tiene uno como autoridad última a Dios, relativiza totalmente la autoridad humana» [1].
1.5. Utopía
Es preocupante para el futuro de la sociedad el descrédito expreso en que hoy ha caído el mismo concepto de utopía. Se utiliza para desacreditar cualquier iniciativa que pretenda salirse del sistema. Pero tal vez en el fondo lo que se quiere es evitar cualquier posibilidad de crítica a un sistema que se presenta como única alternativa real posible, como pensamiento único.
(Antonio Duato conversando con Ion Arrieta)
2. Ambigüedad de la real contribución cristiana a la sociedad civil
En el apartado anterior sólo he hablado de valores necesarios para la sociedad civil que tienen una fundamentación en el cristianismo, sin decir por ello que por el mero hecho de confesarse cristiano ya se esté haciendo esta contribución a la democracia, y sin reclamar el monopolio o copyright de esos valores para los cristianos.
Porque la verdad es que muchos que están muy lejos de confesarse cristianos están contribuyendo decididamente a la fundamentación de la ética civil, y la contribución efectiva de los cristianos y las iglesias es con frecuencia negativa respecto a la promoción de valores que en teoría afirman.
En el Vaticano II quedaron definitivamente superados los recelos de la Iglesia católica respecto a la modernidad. Las declaraciones Dignitatis Humanae y Gaudium et Spes son definitivas a nivel teórico. En 1987, cuando presenté por primera vez esta reflexión, parecía que el integrismo ultramontano quedaba como algo marginal en la Iglesia. Hoy el neoconservadurismo ha propiciado el retorno a las posiciones más fundamentalistas de la principal iglesia cristiana y el abandono de las posiciones propuestas por el Vaticano II se hacen cada vez más evidentes. Por eso es imprescindible analizar las formas y los medios con que se intentan defender los valores cristianos.
2.1. ¿Confesionalismo militante o inspiración cristiana?
Dos parábolas evangélicas marcan el paradigma de la diferencia en la forma de entender la aportación cristiana a la construcción de la sociedad: «la ciudad situada en la cima de un monte» (Mt. 5, 14) y «la levadura que, metida en la masa, hace fermentar todo» (Lc. 13, 21). Dos ejemplos de dos líderes políticos muestran.
Últimamente el caso Buttiglione, elevado por algunos a prototipo del nuevo “mártir católico” en la persecución que el laicismo está haciendo al cristianismo “sin complejos, ha puesto al descubierto lo que desde hace años se cuajaba en los movimientos del nuevo confesionalismo militante que desde hace tiempo proponían movimientos como el Opus Dei, Comunión y Liberación y los que en Estados Unidos animan personajes como Michael Novak y George Weigel.
Los católicos de esta tendencia se caracterizan por rechazar cualquier crítica a la Iglesia, sociedad perfecta, santa, reino de Dios y prefiguración de lo que debe ser la sociedad, de la que es maestra. Prefieren el término de católico al de cristiano, desempolvan la apologética del siglo XIX y buscan para la Iglesia y sus normas apoyos de instituciones, partidos y poderes políticos a quienes están dispuestos a legitimar, concordando con ellos mutuas prestaciones. Es evidente que esta tendencia, aunque minoritaria en el conjunto de fuerzas católicas, ha pasado a ser dominante en el vértice de la Iglesia, sobre todo en este final del reinado de Juan Pablo II.
Como ejemplo de un cristianismo como simple inspiración de fondo en los difíciles entresijos de la política quiero destacar una figura olvidada: Dag Hammarskjöld. Este funcionario sueco, que ocupó durante ocho años (1953-1961) la Secretaría General de las Naciones Unidas contribuyendo a resolver difíciles conflictos y prestigiar la institución, estuvo mantenido toda su vida en sus misiones por una vivencia cristiana muy profunda, como se manifestó únicamente tras su muerte en accidente de aviación en África por la publicación de diario Marcas en el camino (Vägmärken). El cristianismo había sido el fermento de toda su acción en búsqueda de la paz.
Los cristianos de esta tendencia, tan generalizada en el mundo católico como en el protestante, se caracterizan por ser autocríticos de sus propias Iglesias, porque las quieren más evangélicas y al servicio desinteresado de los valores y derechos humanos. Rechazan las instituciones confesionales como las causantes desde Constantino del descrédito cristiano. Se sienten antes cristianos o simplemente personas humanas que católicos.
2.2. Memoria selectiva
Hoy vuelve la polémica apologética a muchos ambientes cristianos intelectuales. Y esto exige a veces simplificaciones o elipsis históricas importantes. Hay que defender el cristianismo y la institución del Papado, silenciando cualquier recuerdo de los abusos cometidos en nombre de cristo y del poder sagrado de los papas.
Ya en 1942 Simone Weil había dicho que “Allí donde la inteligencia se siente a disgusto, hay opresión del individuo por parte del poder social que tiende a ser totalitario. En el siglo XIII, sobre todo, la Iglesia estableció un principio de totalitarismo. Por eso ella no está exenta de responsabilidad en los acontecimientos actuales. Los partidos totalitarios se han formado por el efecto de un mecanismo análogo al uso de la fórmula anathema sit” [2]. Y en su último número que está a punto de aparecer Iglesia Viva, para demostrar que la confesión de las raíces cristianas no privaría a Europa de la atrocidades que hoy los confesionalistas atribuyen a la ilustración, recoge en su sección de Página Abierta un relato del holocausto que nos dejó Fray Bartolomé de las Casas: “Hacían unas horcas largas, que juntasen casi los pies a la tierra, y de trece en trece, a honor y reverencia de Nuestro Redemptor y de los doce apóstoles, poniéndoles leña y fuego los quemaban vivos” [3]. El propugnado “Coraje de ser católico” debería empezar por el coraje de aceptar sin masoquismo las perversas pirámides del sacrificio producidas en nombre del “Redemptor”.
2.3. La conversión para los demás
Frecuentemente se emplea un doble peso y medida: urgencia y radicalismo cuando se trata de pedir cambios y conversión a la gente y a las sociedades; paciencia y posibilismo cuando se trata de cambiar las prácticas de la Iglesia.
Oímos con frecuencia a obispos: no se puede pedir a una institución multisecular, que ha probado su sabiduría y prudencia a lo largo de tantas situaciones históricas, que cambie de repente su disciplina ministerial, aunque implique una insostenible discriminación sexista. Tampoco es prudente renunciar sin más a fuentes de financiación aunque se reconozca su contaminación y la falta de libertad que implican. El seguimiento radical del evangelio es para individuos y «poverellos», no para instituciones y príncipes eclesiásticos.
2.4. El escamoteo del sujeto individual
También da la impresión frecuentemente, en ambientes eclesiales hoy dominantes, de que la defensa del individuo y sus derechos es sólo un producto para la exportación. Sobre todo para exigirlo frente a totalitarismos de un solo sentido: los que tengan alguna inspiración socialista laica.
Con la excusa de que se acepta el carácter religioso de la autoridad, con frecuencia se cometen presiones autoritarias contra el individuo y privación de derechos que no está legitimada por esa supuesta libre adhesión. La regulación jurídica y la práctica jerárquica respecto a clérigos y religiosos, sobre todo cuando libremente deciden cambiar de estado, manifiestan con frecuencia una dureza con el individuo que sería criticada duramente en cualquier otra instancia de relación laboral o societaria.
Se elude al sujeto cuando se escinde o se objetiviza. Hay el peligro, se dice, de identificar salvación cristiana con liberación humana. Y para evitarlo se insiste reiteradamente en que la misión de la Iglesia es la salvación del alma inmortal. Eso sí, los pobres y enfermos, están ahí para ser objeto de la caridad cristiana. Y como modelo de lo que debe ser la actitud de un cristiano se ha encontrado un símbolo: Teresa de Calcuta. Pero, ¿acaso los pobres no son, y principalmente, sujetos activos de su liberación integral, que va pasando progresivamente, con sus medios de expresión y organización, de situaciones menos humanas a situaciones más humanas y dignas?
2.5. El acotamiento de la ética
El rearme moral y las campañas para transmitir valores éticos a la sociedad están dominados por la defensa de la vida de los no nacidos, la indisolubilidad del matrimonio o el rechazo de la sexualidad no orientada a la procreación. Aquí no hay posible transacción ni acomodación a situaciones concretas. Y desde luego, el respeto supremo a la vida humana, es uno de los valores más importantes que los cristianos deben aportar a la sociedad civil, ejercitando si es necesario el derecho a la objeción de conciencia si se trata de leyes coactivas, y formando coherentemente la conciencia de los cristianos si se trata de leyes permisivas.
Pero en la práctica la capacidad de resistencia ética a las presiones autoritarias y a las costumbres vigentes, disminuye vertiginosamente cuando se trata de enjuiciar comportamientos financieros, regímenes torturadores, guerras preventivas basadas en falsos motivos, con infinidad de víctimas civiles. En estos casos es más frecuente reconsiderar una y mil veces los diversos matices, limar documentos, quedarse en generalidades.
2.6. Añoranza de cristiandad medieval
La ambigüedad más radical se presenta cuando uno no sabe si se mira al futuro o se añora un pasado de cristiandad. Las llamadas a una Europa que recobre su alma, el cristianismo, bajo la guía de su líder natural, aunque se presenten como meta de la modernidad, no tienen sabor de futuro sino nostalgia de pasado. Humanistas como Tomás Moro son los que empezaron a salir de la Edad Media, porque vislumbraron un futuro, entonces solo real en Utopía, donde las leyes eran razonables y razonadas y la religión era libre y personal, no impuesta por los señores a los súbditos.
3. El control de la calidad de las ofertas religiosas de valores a la sociedad civil
Si algo debe caracterizar la nueva sociedad civil es su carácter abierto y no sectario: no se deben cerrar puertas a ningún tipo de aportación ideológica o religiosa. La antirreligiosidad o el anticlericalismo «avant lettre» son los peores sectarismos, pues entre otras cosas fomentan el clericalismo y el fanatismo religioso sectarios.
Los problemas teológicos y hermenéuticos de una determinada religión deben ser dilucidados desde el interior por el conjunto de los que se confiesan creyentes. Pero la sociedad civil debe poseer mecanismos para defenderse del acoso de instancias y propuestas, incluso religiosas, que por su carácter fanático o sectario amenazan el bien común de la sociedad.
Por lo tanto, dado que la sociedad civil necesita, o por lo menos puede salir beneficiada, para su calidad ética y democrática, de la contribución de valores aportados por el cristianismo u otras religiones, y dado que con frecuencia las religiones, en la práctica, aportan contravalores, ¿es posible fijar unos criterios que funcionen como controles de calidad para la aceptación de productos en el libre mercado de la sociedad?
Esto es lo que intento señalar en los puntos siguientes que presento sólo como esquema para el debate posterior.
3.1. Coherencia interna de las propuestas
No puede una supuesta primacía de la razón desacreditar sin más una propuesta de fe. Sin embargo, se puede pedir una coherencia interna entre los distintos postulados de un sistema de creencias y tal vez un mínimo al menos de coherencia entre lo expresado y la praxis.
3.2. Carácter dialogal de las propuestas
Cualquier propuesta que sea sencillamente oferta no impositiva debe poder circular en el seno de la sociedad. Pero si, por heredar siglos de monopolio cultural y moral, una propuesta manifiesta el talante de una sentencia judicial, acusando de necio o inmoral al discrepante, hará bien la sociedad en reaccionar contra tal comportamiento, defendiéndose de este tipo de agresión.
3.3. La aceptación de la libertad y de los derechos individuales
No debería tener futuro en la nueva sociedad una concepción y práctica cristiana que no acepte sin vacilaciones ni miedos la libertad del individuo.
No será creíble en una sociedad abierta una asociación, aunque sea religiosa, que no articule derechos y deberes en su interior de forma que respete la igual dignidad de las personas y sus derechos inviolables.
3.4. El rechazo del sentido corporativista
Los intereses de la institución eclesiástica no pueden colocarse por encima de los intereses de humanidad que profesan los creyentes. Los intereses corporativos erosionan la sociedad civil. Sobre todo cuando estas corporaciones o instituciones tienden primordialmente a la ocupación del Estado, para utilizar los instrumentos jurídicos del mismo con el fin de potenciar su organización e imponer sus reglas al resto de la sociedad.
3.5. El desenmascaramiento ideológico
En una época de crítica ideológica es necesario que los juicios y propuestas ideológicas se ofrezcan como tales. Pero se debe evitar que lo que es simplemente ideológico e histórico, se presente, aprovechando la buena fe de los sencillos, como revestido de la autoridad trascendente sobrenatural. Por eso es buen ejercicio de responsabilidad en la sociedad civil el desenmascaramiento ideológico, sobre todo si a la vez se respeta tanto el derecho a tener una fe como a hacer una opción ideológica.
A una instancia religiosa como el cristianismo, que se presenta como Buena Noticia para toda la humanidad, se le puede finalmente pedir que aporte a la sociedad democrática novedad de fe en el destino del hombre, y no únicamente reproducción ideológica o interés corporatista por conservar áreas de poder conseguido en otras épocas.
Referencias bibliográficas:
1) Stanley Milgram, Obediencia a la Autoridad. Un punlo de visla. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1980, pág. 54.
2) Simone Weil, Carta a un religioso, Trotta, Madrid, 1998, p. 53.
3) Brevísima Relación de la destrucción de las Indias, Editorial Cátedra, Madrid, 1999, p. 81.