Siguiendo con la entrada de ayer, terminanos nuestro «programa» en el ámbito ético-social con dos propuestas más:
El consumo oportunidad de humanización.
Ciencias como la sociología, la economía, la psicología, o la antropología han analizado el mundo del consumo desde hace años y, sin embargo, la ética apenas se ha ocupado de un fenómeno que está causando injusticia en el nivel global, insatisfacción en las supuestas sociedades satisfechas y expolio de la naturaleza. Cuando, bien enfocado, pude convertirse en una excelente oportunidad de humanización.
En esta línea Adela Cortina intenta orientar éticamente el consumo, proponiendo sugerencias para un consumo que sea “justo, libre, solidario y felicitante” .
Libre, en el sentido de que es la persona quien debe tomar conciencia de las motivaciones personales y las creencias sociales que intervienen en las elecciones, de modo que la presión exterior no le haga mella, entendiendo que definir su personalidad no depende de la compra de determinados bienes. Y sabiendo que los bienes del mercado sólo son un medio para el desarrollo de nuestras capacidades y la realización de un proyecto de vida conscientemente elegido desde la autonomía.
Justo, porque a pesar de ser personas libres no estamos solos y debemos consumir teniendo en cuenta las consecuencias sobre otras personas y sobre el medio ambiente. Consumir de forma que no limitemos la libertad de otros para alcanzar sus proyectos de vida. Un consumo sólo será ético y justo si es universalizable, es decir, si todos los habitantes del planeta tienen acceso a él y respeta el medio ambiente.
Aristóteles distinguía entre las acciones que eran un medio para conseguir un fin y las que eran un fin en sí mismas, y consideraba superiores a estas últimas sobre las primeras. El fin supremo de todo ser humano es ser feliz, pero consumir para serlo no es efectivo. Sería preferible sustituir el consumo por otras actividades que proporcionen felicidad por sí mismas como pasear, cultivar amistades, pasar el tiempo con la familia, leer o escuchar música. Consumir sólo es un medio y además es ineficaz. Si es preciso pensar otra globalización, cambiar las formas de consumo es una de las primeras asignaturas pendientes.
La
mejor carrera que se puede estudiar es la de hacer un mundo
mejor carrera que se puede estudiar es la de hacer un mundo
a la
altura del profundo valor de las personas[1].
altura del profundo valor de las personas[1].
Joseph Stiglitz[2] lidera un grupo de trabajo, designado por el presidente francés Sarkozy, que ha introducido en su planteamiento la siguiente idea: Para medir el desarrollo de un país deben tomarse en cuenta parámetros como el bienestar y la calidad de vida de las personas, así como el desarrollo sostenible. A este sistema de medición le llaman los expertos Felicidad Nacional Bruta (FNB) y no siempre está alineado con el Producto Interior Bru to (PIB), sino más bien al contrario. Sin embargo, su finalidad no es reemplazarlo sino construir nuevos indicadores para orientar mejor las políticas sociales y económicas. Porque la inclusión de factores subjetivos en las escalas de evaluación no es, para los miembros de la Comisión Stiglitz, una idea romántica. Jean-Paul Fitoussi[3] piensa que se trata de tener en cuenta las aproximaciones de los ciudadanos a la percepción de la felicidad, es decir, su bienestar o su calidad de vida. Y ésto se puede determinar de forma rigurosa con trabajos como la teoría de las preferencias. Las futuras estadísticas mundiales deberían tener en cuenta esta medida.
El término de Felicidad Nacional Bruta fue propuesto en 1972 por el rey de Bután Jigme Singye Wangchuck, como respuesta a las críticas de la constante pobreza económica del país. Este concepto se aplicaba a la economía de Bután, cuya cultura está basada principalmente en el budismo. Las dos medidas, sin embargo coinciden en que valores subjetivos como el bienestar son más relevantes e importantes que los valores objetivos como el consumo. Y aquí volvemos a la tesis de Cortina. La felicidad no se alcanza acumulando bienes materiales.
Vivir con modestia, pensar con grandeza.
La idea de consumir con un poco más de sensatez y de cabeza, de llevar un estilo de vida un poco más sencillo, o, en definitiva, de vivir mejor con menos, es una idea que por fortuna se está popularizando en la cultura norteamericana con el nombre de “downshifting” (podría traducirse como desacelerar o simplificar).
Partiendo del principio de que el dinero nunca podrá llenar las necesidades afectivas, y de que una vida lograda viene dada más por la calidad de nuestra relación con los demás que por las cosas que poseemos o podamos poseer, esta corriente no trata sólo de reducir el consumo, sino sobre todo de profundizar en nuestra relación con las cosas para descubrir maneras mejores de disfrutar de la vida.
Esta tendencia del downshifting, que se está extendiendo también poco a poco por Europa, incluye también la idea de alargar la vida útil de las cosas, procurar reciclarlas, buscar fórmulas prácticas para compartir el uso de algunas de ellas con parientes o vecinos, etc. En todo caso, hay siempre un punto común: el dinero no garantiza la calidad de vida tan fácilmente como se pensaba.
En busca de un nuevo concepto de austeridad, los promotores de este estilo de vida buscaron el modo de renunciar a caprichos y gastos superfluos hasta reducir sus gastos en un veinte por ciento. Así también, el Movimiento Slow Down propone aparcar la prisa y disfrutar de cada minuto. Para ello reivindica una nueva escala de valores, basada en trabajar para vivir y no al contrario.
Como consecuencia del actual estilo de vida proliferan enfermedades como la obesidad, el estrés o el Síndrome de la Felicidad Aplazada que consiste en la profunda angustia que experimentan las personas que no cuentan con tiempo suficiente para cumplir con todas sus obligaciones diarias y que posponen cualquier experiencia gratificante a un hipotético momento futuro, que finalmente nunca se alcanza.
Se identifica ser el primero con tener éxito y se considera la lentitud propia de perdedores o personas sin iniciativa. Pero, todo tiene un límite y el culto a la velocidad parece estar llegando al suyo. El concepto de Slow Down o desaceleración, está cada vez más presente en nuestra sociedad y son numerosos los movimientos que se han formado para luchar contra la tiranía del reloj.
[3]
Coordinador de la Comisión Stiglitz
Coordinador de la Comisión Stiglitz