Propuestas que van más allá de una legislatura y que tienen como horizonte en 2050, año en el esperamos la consecución de la «Revolución Humana», tal y como la visualiza Daisaku Ikeda, «en la que la sabiduría, el entendimiento, el amor y la compasión, el respeto mutuo, la armonía con la naturaleza, tengan como objetivo el crecimiento sostenible y la paz verdadera”.
Pero habrá que recorrer mucho trecho, con especial atención a una serie de variables clave: actuar en las áreas de la ética, la educación, la economía y la empresa es imprescindible si queremos conseguir nuestro objetivo.
Hoy comenzaremos con el ámbito Ético-Social y con tres propuestas iniciales:
– Ser Personas con “Ubuntu”.
Es el momento de superar la postmodernidad sin desvalorizar la importancia del individuo como centro de todo. Superar lo que lleva a las personas y a los grupos a decidir, actuar y buscar su propia realización y felicidad más allá de las tradiciones, las enseñanzas de los mayores, los tabúes y mitos heredados, las religiones o los grandes maestros.
Es el momento de volver a recuperar la confianza en la razón y la búsqueda de una ética global para mayor bienestar de todos, ser personas con “Ubuntu” como afirma Desmond Tutu[1]: “Una persona con “Ubuntu” es abierta y está disponible para los demás, respalda a los demás, no se siente amenazada cuando otros son capaces y son buenos en algo, porque está segura de sí misma ya que sabe que pertenece a una gran totalidad, que se decrece cuando otras personas son humilladas o menospreciadas, cuando otros son torturados u oprimidos”.
Urge pues encontrar esa ética global que establezca como un mínimo indispensable el respeto a los Derechos Humanos. Una ética que no renuncie al legado recibido, el valor de la autonomía humana e insista en la necesidad de un consenso entendido como concordia para organizar la vida en comunidad. Porque “no son los hábitos comunitarios ni la benevolencia o la felicidad piedra segura sobre la que construir el edificio moral, sino ese mínimo de ética que protege la autonomía solidaria del hombre y es, por tanto, base firme para el derecho justo, para la política legítima y para una religión que se somete gustosa a la crítica de la razón” ilustraAdela Cortina[2].
Educar a un nuevo individuo para una nueva civilización. Esa es la idea de metamorfosis, más rica que la idea de revolución según la tesis de Edgar Morin[3], porque la metamorfosis preserva su esencia transformadora pero relacionándola con la conservación. Conservación de herencia cultural, si bien necesidad de cambio y corrección. En Morin todo empieza siempre por una innovación aunque sea modesta y a menudo invisible, así vieron la luz las grandes religiones, así se desarrollaron nuevos sistemas económicos. Hoy todo está por repensar, señala Morin, todo ha recomenzado aunque no se sepa. Porque existe ya, en todos los continentes, una efervescencia creativa, una multitud de iniciativas locales, en el sentido de la regeneración económica, o social, o política, o cognitiva, o educacional, o ética, o de la reforma de vida.
El individuo no es una máquina programada sino un ser consciente, que piensa y razona, no es nunca un “objeto” sino que, desde el momento en que es capaz de generar pensamiento, existe, como sostenía la corriente existencialista, y pide información para el cambio. Es lo que llaman la revolución optimista y se trata de una revolución mundial.
Una moral del sentimiento es la única compatible con el nuevo individualismo. Desde luego, nunca ha habido tanto llamamiento a la solidaridad, tanta exhibición de realidades inadmisibles acompañada de un lenguaje de reprobación. Pero este éxtasis de la solidaridad es epidérmico, ligero y puntual. Es una identificación superficial con el otro, debido a la repugnancia del espectáculo del sufrimiento; es un compromiso nómada y parcial, moderado y distanciado. A menudo, basta un gesto de indignación para recuperar la buena conciencia, señala Daniel Innerarity[5] analizando al pensador francés Lipovestky cuando destaca que la ética indolora se reduce a la exaltación de la libertad individual y a prohibir únicamente el ejercicio ilegítimo de la fuerza física. La ética indolora no obliga al hombre a afrontar las contingencias de la vida, ni le recuerda el deber y la responsabilidad, sin embargo esta ética deja al hombre merced a sus miedos y solo ante la necesidad de orientación.
Pero la ética es algo más que el código de la circulación como bien ilustra Innerarity. El gran tema de la ética es el problema del sacrificio, ya se trate de un dolor como de una ligera renuncia. El sacrificio es razonable, pero también es un profundo misterio. Es una ingenuidad pensar que se puede amar a alguien, repartir el trabajo escaso, tolerar las ideas contrarias o proteger el medio ambiente sin cargar sobre las propias espaldas toda una serie de inconvenientes presentes y futuros, es decir, sin algún género de sacrificio.
Si logramos convencernos de que los comportamientos éticos son los únicos que garantizan la sostenibilidad y la propia rentabilidad de nuestro esfuerzo, tendremos que tener en cuenta valores como el sacrificio, el ascetismo, el esfuerzo, la honradez, la responsabilidad y la solidaridad. Necesitamos dar el salto a la sensatez, a la racionalidad y también a un cierto idealismo. Hace ya más de dos mil años, Cicerón[6] escribió su epístola moral en la que decía que el conocimiento de las cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, lleva implícito un conjunto de compromisos sociales y personales. Y es que el código genético de las democracias modernas está basado en la llamada “ética universalista laica”, concepto que Lipovetsky afirma en su obra y que proviene de la idea de que en toda sociedad existen una serie de exigencias que no pueden ser plasmadas en leyes pero que, sin embargo, deben ser respetadas para que la convivencia funcione. Porque la moral es una estructura de la conducta y no tanto una acumulación de virtudes, aunque algunas de éstas según Savater[7], aportan un valor a esa conducta tan necesaria para la convivencia en comunidad.
La solución entonces no consiste en cambiar el rótulo de “moral” por el de “ética” en la asignatura, sino en explicitar los mínimos morales que una sociedad democrática debe transmitir, porque hemos aprendido al hilo de la historia que son principios, valores, actitudes y hábitos a los que no podemos renunciar sin renunciar a la vez a la propia humanidad, como señala Adela Cortina.
El consumo, como factor económico componente de la renta nacional de un país, es un fenómeno difícil de abordar desde un punto de vista ético, ya que sus motivaciones personales y sociales no son fáciles de comprender. A menudo se ha valorado el consumo desde la filosofía señalando dos tipos de necesidades que los seres humanos intentan satisfacer, unas verdaderas y otras falsas, como explica Marcuse[8] en sus críticas a la sociedad capitalista y a la cultura de masas.
Como bien señala Marcuse la distinción entre ambos tipos sólo puede ser juzgada por la misma persona, puesto que sus necesidades reales sólo él las conoce en su fuero más íntimo. Y no es sencillo porque son, efectivamente, los individuos quienes deciden –desde una libertad condicionada- cuáles son los productos básicos y cuáles los superfluos; partiendo de la constatación de que éstos últimos pueden satisfacer también otras necesidades como las de identificación o posición social. Y, desde luego, teniendo en cuenta que las llamadas necesidades verdaderas como la manera de comer, vestir o vivir, pueden ser reflejo de necesidades culturales más que biológicas y primarias.
Así pues, lo que tenemos, ¿dice de nosotros? ¿o lo que más dice de nosotros es lo que somos?
«Aprendamos a aumentar la continencia, a enfrentar la demasía, a templar la gula, a mitigar la ira…»[9].
El ciudadano se ha convertido en consumidor, he ahí el problema. La sociedad de consumo lo ha seducido, no sabe decir no a nada y en poco tiempo lo que compra está obsoleto. De esta forma debe de trabajar el doble para poder estar a la moda y el crédito financia esta locura consumista. Se corre sin saber por qué y así no se llega a ningún lado, porque no se sabe adónde se quiere ir en esta carrera por la posesión de bienes materiales.
[1]
Arzobispo anglicano sudafricano. Premio Nobel de la Paz 1984
[2]
Filósofa española. Catedrática de Ética en la Universidad de Valencia.
Directora de la Fundación Étnor.
[3]
Filósofo y político francés
[4]
Filósofo alemán (1889-1976)
[5]
Filósofo vasco. Catedrático de Filosofía de la Universidad de Zaragoza y
Profesor invitado de la Universidad de la Sorbona
[6]
Jurista, filósofo, político, escritor y orador romano (106 a.C. – 43 a.C.)
[7]
Filósofo y escritor español. Catedrático de Filosofía de la Universidad
Complutense de Madrid
[8]
Filósofo y sociólogo alemán (1898-1979)
[9]
Séneca, Lucio Anneo. Filósofo hispano romano. (4 a.C. – 65 d.C.)
Totalmente de acuerdo. Se sigue estimando demasiado a la gente en función de lo que tiene (lujosas casas, coches de alta gama, un yate, joyas, etc.),en función de su aparencia en los medios ("reality shows", que no tienen que ver con la "realidad"), su cargo político o de alto directivo de la empresa, etc.. En lugar de valorar más la persona en función de sus virtudes de humildad, sinceridad, afecto, solidaridad, honestidad, rectitud, civismo, etc.