Un economista francés llamado Thomas Piketty es el nuevo hijo predilecto del New York Times y la élite intelectual estadounidense, que lo ha adoptado como su talismán. Su último libro El Capital en el siglo XXI, que todavía no se ha traducido al castellano, contiene 970 páginas en su edición francesa y «llevarlo debajo del brazo se ha convertido en la nueva herramienta de conexión social en ciertas latitudes de Manhattan» según The Guardian. El libro se ha convertido en el más vendido en Amazon la última semana y escala posiciones en la lista de best-sellers americanos.
Thomas Piketty, actual director de estudios en la EHESS (Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, en sus siglas en francés) y profesor en la Escuela de Economía de París, ha publicado numerosos artículos de investigación en las mejores revistas internacionales, así como una decena de libros. También es autor de trabajos históricos y teóricos consagrados a la relación entre desarrollo económico y repartición de la riqueza. Trabajos que han puesto en cuestión radicalmente la hipótesis optimista de Simon Kuznets -el economista ruso estadounidense cuya hipótesis decía que el crecimiento era suficiente para reducir la desigualdad- y a poner en evidencia la importancia de las instituciones políticas y fiscales en la dinámica histórica de la repartición de la riqueza.
La tesis de Piketty pone de manifiesto, con datos que tardó 15 años en recopilar y rigurosas estadísticas, que de seguir así las cosas nos dirigimos hacia una situación insostenible de acumulación de riqueza en unas pocas manos y de aumento de las desigualdades. Dicho de otra forma, en el actual sistema económico la riqueza heredada siempre tendrá más valor que lo que un individuo pueda ganar en una vida. En consecuencia, el capitalismo es incompatible con la democracia y con la justicia social. Y añade más: los muy ricos deberían pagar un mínimo de un 80% de impuestos. También dice: hablar del 1% contra el 99% no es cosa de estudiantes y exaltados del movimiento Occupy sino un hecho incontrovertible. Sin embargo, lejos de declararle enemigo público, en New York lo consideran hijo predilecto.
La gran tesis de Piketty es que la tendencia de todo rico es a hacerse todavía más rico porque el mercado le empuja inexorablemente y que esa ley inquebrantable arrastra a la sociedad hacia la oligarquía. El economista que como dicta la tradición francesa tiene una buena base de lecturas, cita a Jane Austen y Honoré de Balzac para demostrar cómo en el siglo XVIII y XIX lo normal para las clases altas era no trabajar y sostener la riqueza familiar a través del matrimonio. Ahora, ésta vuelve a ser la norma y creer en la meritocracia del capitalismo no es sólo ingenuo sino erróneo. Los periodos de creciente igualdad del siglo XX fueron un mero accidente, en su opinión, producto de las exigencias de la guerra, el poder del trabajo organizado, los impuestos, la innovación tecnológica y la demografía. Las sociedades occidentales anteriores a la Primera Guerra Mundial efectivamente estaban dominadas por una oligarquía cuya riqueza era heredada, y el libro de Piketty argumenta de forma convincente que estamos en plena vuelta hacia ese estado de cosas.
Thomas Piketty con su libro ha logrado agitar las conservadoras aguas del pensamiento único político y económico. Primero porque alerta del riesgo para la convivencia y para la propia supervivencia del capitalismo llamado democrático que supone el imparable aumento de la desigualdad. Cada vez la riqueza se concentra en menos manos y cada vez es mayor el poder de las grandes corporaciones multinacionales. En un entorno macroeconómico de bajo crecimiento, como el que llevamos viviendo y sufriendo desde el estallido de la última burbuja inmobiliaria y financiera, hay más dificultades para la redistribución, para la equidad y para la igualdad de oportunidades. El futuro para miles de millones de personas, no sólo en los países pobres o en vías de desarrollo, también en occidente, se parece más al penoso y superado escenario vital del siglo XIX que a las más iluminadas utopías que habían previsto para dentro de pocos años el fin de la alienación del ser humano de la mano de la ciencia, la técnica y el progreso.
Piketty demuestra que las grandes fortunas del siglo XXI tienen los mismos apellidos que las del siglo XX y XIX. Algo que no puede sorprendernos en España, justo cuando hemos sabido que treinta de las familias más poderosas urdieron sus primeros millones bajo el manto protector del franquismo, hace ya varias décadas. Familias que se muestran contrarias a cualquier medida de política económica que frene la austeridad y los recortes, y que ponga en peligro la actual concentración de poder económico en sus manos. Si Piketty está en lo cierto, y hasta ahora nadie le ha rebatido, estaría justificada una mayor fiscalidad sobre las grandes fortunas y los grandes patrimonios, ya que no responden al espíritu emprendedor de sus propietarios, sino más bien a la pertenencia a ricas sagas familiares. Una propuesta sensata permitiría una mayor redistribución de la riqueza de la mano de la justicia social, algo que pone los pelos de punta a los multimillonarios de la tierra.
Piketty, en palabras del Nobel Paul Krugman, no es ni mucho menos el primer economista en señalar que estamos sufriendo un pronunciado aumento de la desigualdad, y ni siquiera en recalcar el contraste entre el lento crecimiento de los ingresos de la mayoría de la población y el espectacular ascenso de las rentas de las clases altas. No, la auténtica novedad de El capital es la manera en que echa por tierra el más preciado de los mitos conservadores: el empeño en que vivimos en una meritocracia en la que las grandes fortunas se ganan y son merecidas.
La reseña de The Wall Street Journal, como era de esperar, destaca el Nobel, se las arregla para enlazar la demanda de Piketty de que se aplique una fiscalidad progresiva como medio de limitar la concentración de la riqueza con los males del estalinismo. Aun así, las ideas también son importantes, ya que dan forma a la manera en que nos referimos a la sociedad y, en último término, a nuestros actos. Y el pánico a Piketty muestra que a la derecha se le han acabado las ideas, en opinión de Krugman.