Publica Le Monde un interesante artículo que reflexiona acerca de la situación mundial que vivimos. En síntesis, compara la Gran Depresión de nuestros abuelos con la crisis económica actual y destaca sus diferencias señalando que ésta nos va a marcar de manera inédita, pero que sus efectos a largo plazo pueden ser sorprendentemente útiles para la remodelación de nuestra economía global y nuestros sistemas sociales.
Por Martin Walker, director senior del Global Business Policy Council y profesor senior en el Woodrow Wilson Center de Washington DC, para The American Interest.
La diferencia fundamental se basa en el hecho de que, en los años 1930, la mayoría de los países desarrollados estaban compuestos todavía por una mano de obra rural e industrial, habiendo poca formación. Hoy, los Estados Unidos y los otros países desarrollados se caracterizan por una importante clase media, compuesta por propietarios que disponen de planes de ahorro y de jubilaciones, que ha sido golpeada de un latigazo por la caída de las acciones y de los valores inmobiliarios. En los países desarrollados, al margen de la clase media, se identifica claramente las primeras víctimas de la crisis actual: son los clandestinos, las personas poco instruidas y los jóvenes. Los 11 ó 12 millones de inmigrantes clandestinos en los Estados Unidos y los 8 millones en Europa van a servir efectivamente de amortiguadores, de manera que el paro de los ciudadanos no alcanzará el nivel de los años 1930.
Y debemos comprender hasta qué punto han cambiado nuestros hábitos de compra y de consumo. Entre 1951 y 1983, el consumo americano estaba comprendido entre el 60- 64% del PIB. Desde 1983, ha progresado regularmente para alcanzar el 71% a finales del año 2007. Este periodo de hiperconsumo insensato toca ahora a su fin. Bajo este aspecto, al menos, la Gran Depresión de nuestra generación podría tener un efecto saludable a largo plazo: el retorno al ahorro.
Pero se revelan ya algunos cambios profundos en el sistema económico heredado de la revolución industrial. El G7, en tanto que símbolo de la gobernanza económica global, cede su sitio al G20. Occidente, después de más de dos siglos de dominación, va a tener que aprender a compartir y a adoptar conceptos tales como la interdependencia.
Esta crisis no va a cambiar únicamente nuestros sistemas económico e industrial. La manera en la que el capital, los modos de fabricación, los cuadros directivos y los gustos de los americanos se han extendido en el mundo entero a lo largo del siglo XX, tiene todos los visos de ser destronada en el futuro por sus equivalentes chinos, indios, brasileños y árabes. Los valores de Confucio, las películas de Bollywood y las finanzas islámicas serán simplemente los elementos más visibles de las subversiones profundas y sutiles que van a desafiar el universalismo de las “Luces” que los occidentales creían tener inscritos para siempre en el ADN humano.
El sistema de valores de la “gran generación”, los que crecieron en los años 1930, era muy característico. Creían en el ahorro, la acción colectiva, la capacidad y el deber del Estado para conducirse con honor y en la necesidad de solidaridad y abnegación. La gran generación no solamente ha creído; lo ha vivido, y ha tenido que batirse muy rápido por todo ello.
Nosotros parecemos destinados a aprender de nuevo sus lecciones.