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«Nada es suficiente para quien lo suficiente es poco» (Epicuro)

Robert y Edward Skidelsky, padre e hijo, británicos, economista y filósofo respectivamente, publicaron hace año y medio el libro «How Much is Enough?: Money and the Good Life» que en nuestro país se tradujo como «¿Cuánto es suficiente? Qué se necesita para una buena vida» (Crítica, 2012). Un libro que consideramos plenamente vigente porque ayuda a la reflexión desde la perspectiva de la construcción de unas instituciones económicas y políticas basadas en el desarrollo de las personas y el reforzamiento del bien común, retos actuales que la Fundación Novia Salcedo plantea desde su grupo de pensamiento Ícaro.
Hemos rescatado una entrevista que el periódico The Huffington Post hizo a Robert y Edward Skidelsky en la presentación de su libro en Madrid en octubre de 2012. La transcribimos a continuación por el interés de sus argumentos:

 

«Las sociedades industrializadas han progresado tanto que la mayoría de sus ciudadanos se dedican fundamentalmente al ocio. Las artes, el deporte, los viajes o la literatura ocupan la mayor parte de la única preocupación humana: una buena vida en la que sólo es necesario trabajar cuatro horas al día».
Tan solo esbozar ese contexto puede parecer una grosería. Un insulto a los parados. Un delirio de rico insensible a la crisis. Así recibió esta profecía el mundo de 1930, año en que fue publicada por el economista John Maynard Keynes, en pleno estallido de la Gran Depresión con la que a menudo se comparan los tiempos actuales.
Las posibilidades económicas de nuestros nietos, el título del ensayo, es el punto de partida de Robert Skidelsky, quizás el más reputado biógrafo de Keynes, y su hijo Edward, profesor de filosofía, que se han plantado en Madrid para promover la «buena vida» al alcance de casi cualquiera.

«Por supuesto, tardará unos años» hasta superar la recesión actual, reconoce el padre, que además es barón y lord británico. Según él, hubiese sonado perfectamente posible intentarlo hace cinco años y volverá a serlo en cuanto se salga de esta crisis estimulando el crecimiento a través del gasto público, otra idea de Keynes que la Unión Europea se ha encargado de proscribir en varios tratados de austeridad que «son una locura».

¿Cuánto es suficiente? (Crítica, 21 €) es una reflexión que señala la perversión del sistema económico actual y el alejamiento de la sociedad de los límites y principios que de forma dispar, desde la Grecia clásica hasta el cristianismo o el marxismo, y también en otras partes del mundo, han permitido perfilar en cada época las características de una «buena vida». Comienza con una cita de Epicuro. «Nada es suficiente para quien lo suficiente es poco». Se trata, según los autores, de la descripción perfecta de las sociedades avanzadas en la actualidad, en las que necesidad y deseo se han confundido hasta hacer al hombre insaciable.
No siempre fue así. El capitalismo sacó a millones de personas de la pobreza y el avance de la tecnología hacía pensar a Keynes que llegaría un punto en el que con pocas horas de trabajo se conseguirían los bienes materiales necesarios para tener una «buena vida», esa que él quería para sus nietos 2030. En algún momento, pensó el economista, el capitalismo acabaría por cumplir su función.

-¿Qué hubiese dicho Keynes hoy? Robert Skidelsky.- Que la situación es terrible, pero que debemos intentar desembarazarnos de las circunstancias actuales y mirar más al largo plazo. Hemos llegado al punto de sus nietos. ¿Vivimos mejor? Creemos que no y queremos saber por qué, en qué estaba equivocado. Sobre el avance tecnológico y el crecimiento estaba en lo cierto, pero no en el uso que haríamos de él. Estamos más lejos de cualquier visión ética que la gente de su época. Hemos multiplicado nuestros bienes materiales, pero trabajamos solo un poco menos que entonces como media.
Edward Skidelsky.-Tenemos los bienes materiales suficientes para llevar una buena vida, pero nos hemos olvidado de lo que es.

TODO SE TORCIÓ EN LOS 80
De media, los ciudadanos de los países ricos viven cuatro o cinco veces mejor que en 1930, pero sus horas de trabajo sólo se han reducido un quinto. Y el límite de sus deseos ha desaparecido. Según el libro, el gran progreso en las condiciones de vida que siguió a la II Guerra Mundial se torció en los años 80, cuando Ronald Reagan y Margaret Thatcher pusieron el crecimiento de la economía (un indicador que no tiene en cuenta otras preocupaciones del ciudadano como el ocio o el medio ambiente) como fin en sí mismo del Estado y no como un medio para permitir la buena vida de sus ciudadanos. Fue entonces cuando se puso la semilla de la crisis financiera actual. En paralelo, se retrocedió en campos en los que el progreso parecía indiscutible.
Las desigualdades entre una élite que amasa monstruosas sumas de dinero y el resto de la sociedad se convirtieron en un abismo. Las sociedades tienden a dividirse entre los que trabajan mucho y no logran satisfacción de su dinero y los pobres, cada vez más numerosos en los últimos años. En los 80, el pleno empleo dejó de ser un fin de la economía, la esperanza de vida aumentó, pero no fundamentalmente por el crecimiento, como antes (sino por la aplicación de la tecnología, y lo hizo también en países pobres), los derechos laborales comenzaron a debilitarse y la labor social del Estado con los más desfavorecidos, a través de las prestaciones sociales, comenzó a ser vista como una forma de parasitismo. Son los efectos secundarios de un crecimiento al servicio del crecimiento.
España es, por el florecer que siguió a la dictadura y su entrada en la Unión Europea, una excepción entre los países más ricos en las últimas décadas, pero ahora afronta ya retos parecidos.

-Gobiernos como el español dicen estar obsesionados con el crecimiento, aunque de momento estén abonados a la austeridad que sufren quienes menos culpa tienen de la crisis. Robert S.- Si el Gobierno español tiene una obsesión por el crecimiento, lo está demostrando de una manera muy rara, porque sus políticas están dando crecimiento negativo. Necesitas, por lo menos, una cierta recuperación antes de ni siquiera empezar a pensar en algo como lo que proponemos.
Edward S.- No tenemos nada en contra del crecimiento, siempre que sea algo instrumental, no un fin en sí mismo, que ha sido lo dominante en los últimos 40 años. Eso es una locura.
Robert S.- No es que veneremos el ídolo del crecimiento, sino el tipo de crecimiento que hemos vivido en los últimos años y la constatación de que no tenemos nada más que ofrecer. No tenemos glorias militares, júbilo religioso… ¿qué podemos ofrecer además de eso? El crecimiento no es potencialmente tan peligrosos como esas otras cosas, pero no podemos decir que sea inocuo. No lo es.

Según los autores, si el crecimiento, un índice sesgado para medir el progreso del hombre, «triunfó de una manera rápida y contundente» sobre el resto de fines de la economía por el espectacular aumento en el nivel de vida de las décadas de 1960 y 1970 y la cercanía al pleno empleo en las sociedades occidentales. «En tales circunstancias, el pensamiento económico quedaba libre para concentrarse de nuevo en la eficiencia de la eficiencia de la producción», señalan.

EL ESTADO YA NO SE OCUPA DE LA «BUENA VIDA»
La buena vida, a diferencia de la felicidad (algo «privado» y psicológico, no siempre conectado con las condiciones de vida) se basa para ellos en un puñado de elementos básicos que el Estado debería promover, pero que corresponde a los ciudadanos disfrutar y desarrollar por completo. Salud, seguridad (física o económica), respeto, personalidad (libertad para actuar con autonomía), armonía con la naturaleza, amistad (lazos afectivos con los demás) y ocio (lo que se hace porque sí, no por obligación o por un fin).

-Según ustedes, el Estado ya no se ocupa de esas funciones por una concepción liberal o neutral que es en realidad una falacia. Edward S.- Esa definición de que el Estado es neutral entre diferentes buenos estilos de vida es relativamente reciente. Antes nunca había sido así y, en realidad, los Estados liberales no son neutrales, fomentan ciertos comportamientos y desincentivan otros, en cuanto a impuestos, legislación penal, inmigración… La neutralidad es un mito muy pernicioso porque nos impide tener un buen debate sobre cómo queremos vivir, algo que ha pasado a un segundo plano.

Esa neutralidad que critican padre e hijo ha hecho que el debate público ya no se ocupe de la buena vida, sino sólo de «opciones, eficiencia o la protección de los derechos», según su texto. No se discute si la pornografía es buena o mala en sí, sino que es relativo y si se condena se hace por otros motivos como la explotación de seres humanos, la incitación al crimen sexual o su emisión en horario infantil. La elección entre el vino y el crack es relativa, ya que depende de cómo el ciudadano percibe su utilidad. Por ejemplo: «si prefiero gastar mi dinero en crack en lugar de vino, entonces el crack tiene más utilidad para mí», aseguran.
Si «la buena vida» no existe, sino que es relativa, el individuo basa su lugar en la sociedad en el «tanto como, o el más que los demás», como dos personas que van camino de una ciudad y se pierden. «Siguen andando, con la única finalidad de mantener ventaja sobre el otro. Si no hay un lugar correcto en el que estar, es mejor estar delante». Y ese es, según ellos el germen de la crisis actual, ante la que están surgiendo cada vez más movimientos de protesta.

SIMPATÍA POR LOS INDIGNADOS

-En España ha surgido varios movimientos espontáneos, como el 15-M, los indignados y los que estos recientemente apuestan por rodear el Congreso de los Diputados. ¿Qué les parecen? Robert S.- Les tenemos mucha simpatía. Es una protesta y la protesta, sentirse insatisfecho, es el principio del pensamiento. Pero no nos enmarcamos en una crítica puramente ideológica o de izquierdas, porque no se trata sólo de una crítica contra la estructura del sistema. Pensamos que hay ciertos flujos en nuestro sistema provienen de la naturaleza humana. No puedes tratar a los individuos como sujetos totalmente pasivos que no han decidido cómo vivir su vida. Lo que decimos es que el capitalismo inflama la tendencia, hace que esa insaciabilidad sea mayor. La ausencia de límites, la insaciabilidad, ha estado mal vista durante toda nuestra Historia, hasta hace muy poco. Ese es el verdadero cambio.

Los dos autores son optimistas sobre el futuro. Proponen una renovación ética, más políticas sociales y la reducción de la presión por consumir o la publicidad que altera la libre elección del ciudadano. Creen que «hoy estamos mejor preparados que nunca» para esa buena vida, en palabras de Skidelsky padre. Lo cierto es que «materialmente estamos mucho mejor que en los años 30» y el conocimiento es accesible a mucha más gente, algo que combinado con el despertar ético que puede suponer esta crisis económica podría dejar a las sociedades avanzadas en una mejor posición de partida que la de Keynes en 1930. Eso sí, el biógrafo de Keynes, que estudió bien el tempestuoso siglo XX que siguió a su ensayo sobre la «buena vida», cruza los dedos para que «la crisis no dure demasiado tiempo». «No nos lo podemos permitir» para que no surja la tentación de repetir los mismos errores.

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