Por Txomin Bereziartua Miro a nuestro mundo de hoy y me queda la impresión de que lo religioso, y más en concreto entre nosotros lo católico, ha desaparecido o está en vías de extinción en nuestra galaxia vital. Entro a las iglesias y constato que la pirámide de edad de los asistentes al culto se encuentra cada vez más invertida, poca asistencia de jóvenes y no tan jóvenes en la base y amplia presencia de mayores cada vez más mayores en el vértice. Leo en la prensa que van aumentando los matrimonios civiles y menguan los religiosos. Eso si nos fijamos en los que se casan, que cada vez son más las uniones de hecho. Y nos parece noticia normal el que un matrimonio roto de paso a otro nuevo. Además, son cada vez más los padres que pasan de bautizar a sus hijos. Y cuando me paro a hablar a calzón quitado con jóvenes amigos me queda la impresión de que sus valores no tienen en cuenta lo religioso. Este desapego a la visión trascendente, en la que crecimos y de un modo u otro vivimos nosotros, ha venido dada po un entrecruzado de muchas causas.Está la postmodernidad en la que cada cual pone como fuente de valor su propio yo y como consecuencia vive y toma decisiones por su cuenta sin atender a otros puntos de apoyo. Van perdiendo valor la experiencia y el saber de los mayores y las enseñanzas de una iglesia que hoy día es vista como algo venido de arriba que se impone con sus ritos, mandamientos, dogmas, creencias, tabúes, pecados y miedos de infiernos, posturas y obligaciones. El entorno joven pasa de misas y cumplimientos y va desapareciendo de las iglesias.Está ese mundo de glamour, tan presente en los medios, en el que artistas de cine, futbolistas de elite y personajes famosos con grandes fortunas, mansiones de fábula y espléndidas fiestas son presentados como iconos del poder, la fama, el sexo a tope y el dinero, esos ídolos que según parece debemos seguir y adorar si queremos ser felices. Está por contraste nuestra actual dura crisis social y de trabajo que cierra caminos hacia la esperanza.¿Queda sitio para las religiones y, más en concreto para el catolicismo? Así, mirando a la ligera y sin entrar en detalles contestaríamos que no, que los cristianos actuales somos los últimos mohicanos en una iglesia que intenta recomponer sus rotos y va muriendo. Pero, si nos paramos a pensar, nuestra respuesta a esa pregunta vital es positiva y llena de esperanza. Porque es cierto que la Iglesia actual está muriendo insertada como está en el actual mundo que se viene abajo. Es verdad, ya no vale.Pero, ¿muere para desaparecer y esfumarse del horizonte mental de la humanidad? O, ¿muere para renacer como una iglesia nueva más fiel a sí misma y a su fundador Jesús y más fiel a la situación de cambio del mundo actual? Los signos de los tiempos van, según pienso, en esta dirección. Está el efecto Francisco que de pronto nos ha iluminado con sus palabras, sus actitudes y sus gestos. Él es un referente en este mundo en que vivimos, aunque queda la enorme tarea de que la revolución por él iniciada sea una realidad en el día a día de los cardenales, obispos, curas y todos cuantos nos consideramos Iglesia.
Están las muchas comunidades de Jesús que a lo largo de todo el mundo siguen a Jesús y son gérmenes vivos de la nueva Iglesia que va naciendo para servir al mundo más necesitado. La naturaleza es lenta en toda gestación de vida, lleva su tiempo. Exige dedicación y esfuerzo y también aceptar el sufrimiento. Habrá además sus resistencias por parte de los que no aceptan la muerte de la actual iglesia. Es ley de vida. Pero renacerá la Iglesia más fiel al evangelio, No será numerosa, pero será vista y aceptada como testigo vivo de Jesús y su evangelio.Está esa nueva visión de cada ser humano que protagonizó Francisco cuando dijo aquello de «¿quién soy yo para juzgar a otro ser humano»? Toca relativizar primeras impresiones. Son muchos más de los pensamos, los que apuestan de un modo u otro por adoptar como eje de sus vidas el realizarse y ser personas con sentido de servicio a la sociedad y a los demás. Unos quizás con entrega parcial en ciertas situaciones y momentos determinados, otros con generosa dedicación total al menos durante espacios más o menos largos de sus vidas. Tal vez muchos de ellos se definan así mismos como agnósticos o ateos, puede ser, pero ¿no podremos definirlos a todos como seguidores del espíritu de Jesús aún sin saberlo? Yo pienso que así lo ve el Padre de todos que conoce el interior de todos.