La podemos expresar en forma de preguntas.
-
¿Un crucifijo en la pared es provocativo para no creyentes?
-
¿El hecho de ver un crucifijo en la pared puede hacer cambiar de ideología a un adolescente? ¿Qué puede influir más en la educación de un adolescente en la escuela: la ideología de su educador o un símbolo religioso colgado en la pared?
- ¿Un crucifijo forma parte de la cultura?
-
¿Se deben quitar todos los símbolos religiosos en unos lugares públicos y en otros no?, ¿o, admitir los simbolos de todas las confesiones o ideologías que respetan los derechos humanos, si admitimos que los lugares públicos son de todos y que existe la libertad de religión y la libertad de expresión, que también son derechos? ¿Qué es un lugar público? ¿Habría que quitar el crucifijo del campanario de una iglesia que está en la plaza del ayuntamiento, un lugar público?
-
¿Cómo se explican decisiones o sentencias diferentes en diferentes países con instituciones aconfesionales sobre una misma cuestión?
-
¿Dónde hay que poner los límites? ¿Las leyes deben ser rígidas o flexibles?
¿Habrá que quitarlo del museo?
Es conveniente reflexionar pausadamente sobre esta cuestión, sin polemizar. Esto es lo que han intentado dos personas con mucho juicio y razonamiento lógico en El Correo del 8 de Diciembre:
Fernando Rey, Catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Valladolid (ver el artículo “Crucifijos en las Aulas”), y
Juan Luis de León Azcárate, Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Deusto (ver el artículo “Laicidad Abierta e Integradora”), quien termina diciendo: “Todavía queda mucho por hacer en España, por parte de unos y otros, para conseguir que la auténtica laicidad, abierta e integradora, sea un valor comprendido y compartido.”