El pasado 15 de Mayo se evidenció,
con más claridad que nunca, que el sistema político de este país hace agua. Que
está desconectado del pueblo y que solo se conecta cuando hay elecciones.
con más claridad que nunca, que el sistema político de este país hace agua. Que
está desconectado del pueblo y que solo se conecta cuando hay elecciones.
Txomin Bereciartua, fundador
y presidente de honor de NSF, fijó nuestra atención en un artículo que José Ignacio Calleja, profesor de moral social cristiana de la Facultad de Teología
en Victoria.Gasteiz, ha publicado el 24 de Mayo en la revista digital
ReligiónDigital.com. El artículo lleva tres títulos que bien podrían ser un abstracto
del mismo:
y presidente de honor de NSF, fijó nuestra atención en un artículo que José Ignacio Calleja, profesor de moral social cristiana de la Facultad de Teología
en Victoria.Gasteiz, ha publicado el 24 de Mayo en la revista digital
ReligiónDigital.com. El artículo lleva tres títulos que bien podrían ser un abstracto
del mismo:
Con permiso de José Ignacio
Calleja reproducimos el texto íntegro:
“Hace tiempo que veo a la política
profesional sobrepasada por las consecuencias del naufragio económico. Estoy
convencido de que todos ellos saben perfectamente de la distancia sideral entre
lo que quisieran hacer y pueden hacer. Siempre ha sido así en la política, pero
quizá nunca con esta distancia tan extrema. Deseo pensar bien y conceder este
buen propósito a derechas e izquierdas. (¡Porque haberlas, haylas!).
profesional sobrepasada por las consecuencias del naufragio económico. Estoy
convencido de que todos ellos saben perfectamente de la distancia sideral entre
lo que quisieran hacer y pueden hacer. Siempre ha sido así en la política, pero
quizá nunca con esta distancia tan extrema. Deseo pensar bien y conceder este
buen propósito a derechas e izquierdas. (¡Porque haberlas, haylas!).
Sé que el proyecto global de
sociedad de unos y otros varía mucho, y mucho también su visión de qué
significa eficiencia en relación a las demandas sociales. El mismo concepto de
eficiencia cuando lo referimos a economía, y a la vez, a justicia social,
levanta un mundo de diferencias políticas enorme. Insisto, claro que sigue
habiendo izquierdas y derechas. Norberto Bobbio me sirve de maestro para
mantenerlo y mi sentido común lo corrobora. Y claro que no «todos los
políticos, ni todas las políticas» son iguales. Sobre esto no tengo dudas.
Pero la cuestión no es esa,
la cuestión es que la soberanía de los mercados financieros, y de los otros
mercados, está resolviendo la crisis que ellos mismos provocaron, como nadie,
enteramente a su favor y con sus reglas de juego antidemocráticas. Y aquí la
política profesional, que lo sabe perfectamente, cuando no participa de buen
grado como administrador (in)fiel, lo hace en silencio, y a la trágala. Pero
siempre en una posición cómplice o sometida. Y esta es la cuestión que plantea
mucha gente a la política, ¿por qué?
Quienes se dedican a la
política dicen que eso no es así. Que mucha gente es injusta cuando los valora
con tópicos y generalizaciones. Pienso que no nos va la vida en reconocer lo
que esta queja tiene de verdad, pero la cuestión sigue intacta. ¿Por qué la
política profesional toma una actitud entre la complicidad y el sometimiento
ante el gobierno de los mercaderes?
Para mí las respuesta tiene
muchas aristas y claves, y van desde la ideología de la inevitabilidad
interesada («las cosas son como son y no pueden ser de otro modo muy
distinto»), a la ideología del «cortoplazo» electoral que da y
quita todo cada cuatro años o menos. Pero más profundamente, toda la política
profesional, a mi juicio, padece el síndrome de un grupo-casta, especializado
en una tarea social necesaria, «gobernar», que acepta que sólo sea «gestionar
en nombre de otros más poderosos», a cambio de que les respeten el control
de su juguete y su estatus social.
Así, la política, se
profesionaliza, se acartona en los partidos, se blinda en sistemas electorales
rígidos y con listas cerradas, se especializa hasta hacer imposible su
sustitución, se hace profesión de por vida, se hereda en las familias, se
enreda en el boato a la mínima y protege con celo de lobby a los suyos, se hace
ideología del todo vale para ganar elecciones, se transforma en juego de
estrategias entre «fanáticos» subvencionados y hasta aparenta
recrearse en una modo de vida virtual.
Al llegar una crisis social
y económica de la magnitud de la presente, se dan todos los ingredientes para
que la política profesional sea la primera en pagar los platos rotos: está en
primera línea, presume de tener poder, sigue con sus consumos hasta que le
estalla el presupuesto, pacta con los grupos de la administración que le
acompañan mientras es posible, se empeñan en sus juegos electorales hasta la
víspera del hundimiento del Titanic, y defienden sin pudor alguno hasta la
última ventaja económica que les «corresponda». (¿Tengo que dar
nombres?).
Sin duda, los retos de la
democracia para someter los mercados a la soberanía social y hacerse democracia
real, ¡democracia, sin más!, son otros y mayores que estos recién dichos. Y
tienen que ver, sobre todo, con el hecho de que, si no hay unas condiciones
mínimas de vida digna para todos, ¡siquiera unas oportunidades dignas de vida!,
la democracia y el sistema social están en el aire, y las reglas del libre
mercado, cuestionables con todo derecho. Se trata del irrenunciable derecho de
resistencia a los abusos de un poder incontrolado.
Ahora bien, en el día a día,
la clase política profesional tiene el primer problema democrático en demostrar
que está ahí al servicio de la gente y atendiendo a sus prioridades; y para
eso, al menos, que llegado un momento difícil, es la primera que se abre a la
reforma democrática y la primera que cuestiona sus «derechos económicos
adquiridos».
Yo creo que esto de la política
profesional, en sociedades laicas, tiene una exigencia de ejemplaridad con
visos casi religiosos. Ya ven, a lo más laico de las sociedades modernas, la
política, cuando llegan las crisis, los ciudadanos le piden
«santidad». Seguramente, no ha de ser tanto, ni siquiera, heroicidad,
pero sí, honestidad, claridad democrática y mucha austeridad. Y esto trasciende
los votos que se logran. Es otra cosa, y la gente lo reclama. No sé si a muchos
políticos profesionales les interesará la política en estas condiciones, pero
en la crisis, ¡siquiera en la crisis!, la gente lo reclama. En su defecto, esa
política profesional no es la solución para la democracia, sino parte
fundamental del problema. Sin adjetivos para la democracia. La única.”