Un artículo de Juanjo Goñi
En una sociedad con tantos cambios y sometida a una sucesión de oleadas tecnológicas ya no es posible pensar que lo aprendido de joven nos sirve para siempre. Lo que hace 50 años era un objetivo de escolarización del máximo de la población joven, ahora se traslada a una nueva escolarización de toda la población. Sí, de toda la población, del niño, del joven, del profesor, del transportista, del abogado,del alcalde, del dependiente, del funcionario, del empresario,…de cualquier trabajador en activo, de quien está en reciclaje profesional y también del que se jubila, y por supuesto de usted amigo lector y de mi mismo.
La escolarización de jóvenes ha sido sin duda un pilar fundamental de un sistema social sobre el que construir la capacidad explotar el conocimiento de que hoy disponemos, pero en este momento esta capacidad es ya insuficiente. La diferencia respecto a la situación anterior –la escolarización de jóvenes- es que ahora la gran mayoría de los que necesitamos formación somos los adultos, y que los sistemas formativos han sido diseñados y desarrollados para niños y jóvenes. La formación de adultos requiere de otras bases de partida y por supuesto de nuevos criterios sociales en los modos de entender en que consiste la formación y como se puede llevar a cabo.
Algunos indicadores de países más avanzados que el nuestro, nos dicen que una de cada tres personas adultas está inmersa en algún proceso estructurado de formación. Es como si en nuestra vida laboral, de 22 a 65 años, tuviéramos un 30% de la misma-unos 15 años- sincronizada o simultaneada con un objetivo concreto de mejora de la cualificación profesional. Y este porcentaje ha de ir en aumento, quizás hasta el 50, y el 75% en un futuro no muy lejano. Este proceso de formación puede que sea un curso de certificación, una especialización en alguna técnica, un reciclaje con nuevas tecnologías, la participación en un proyecto con carácter formativo, la participación en un foro de nuevas prácticas en un sector, u otras fórmulas que no sean la clásica asociación entre la formación y la clase tradicional. La nueva formación continua de adultos debe considerarse desde ya como una necesidad en nuestra sociedad, que demanda urgentemente de los sistemas laborales y de la formación la suficiente innovación como para habilitar un nuevo repertorio de formas de aprender que hagan posible compartir armónicamente el trabajo, la vida familiar y social, el ocio y la formación. Deberemos disponer de forma continua de un Plan Personal de Aprendizaje (PPA) y de una cartilla de recursos formativos de los que disponer a lo largo de la vida.
Para la construcción de esta nueva cultura y su correspondiente práctica legal debiéramos tener en cuenta diez tendencias que alterarán profundamente lo que entendemos por formación tratándose de adultos. La primera y fundamental es que la formación de adultos sólo puede concebirse si se diseña y realiza teniendo al alumno adulto como centro del proceso. Los adultos aprendemos reinterpretando nuestra propia experiencia a la luz de nuevos principios y enfoques, que nos hagan reconsiderar lo que pensemos y hacemos, para obtener un mejor resultado con el cambio. Aprendemos si cambiamos algo que sabemos y hacemos, por algo nuevo más eficaz. Un enfoque académico está abocado al fracaso. El adulto que aprende aporta su experiencia de la cual no puede abstraerse. Es el material principal sobre el que el profesor debe trabajar.
Este eje central del aprendizaje del alumno adulto está acompañado por tres consecuencias directas de lo anterior que son: la formación personalizada y cercana, el uso de las tecnologías de la información, como recurso de transferencia constante de información, y la continuidad en la duración del aprendizaje.
Significa todo ello, que la formación estará necesariamente incrustada en la actividad laboral cotidiana y que los medios de comunicación, la informática que conocemos y las tecnologías que vengan pueden hacer posible ese marco de continuidad mediante la interacción continua con otras personas y sistemas, para adquirir nuevas capacidades. Para esto es necesario que los diseños de los nuevos espacios formativos sean creativos y adecuados a las distintas situaciones laborales y personales que se producen a lo largo de la vida. Las otras seis tendencias a considerar, que son también nuevos requisitos para organizar la formación de adultos y se refieren a:
-Evaluar capacidades.-Cualquier sistema de formación de adultos debe ofrecer las referencias necesarias para que cada uno pueda elegir y orientar la formación que más le encaje en su estilo de aprendizaje, conociendo siempre cuál es su posición de partida. No estamos hablando de exámenes sino de sistemas de autoevaluación.
-Distintas y diversas formas de aprender. Un cierto hipermercado de actividades de formación, que permitan a instructores y alumnos combinar tareas para practicar, acertar, equivocarse, aprender corrigiendo y consolidando habilidades. Los actuales medios de comunicación deberán asimilar su papel en esta gran transformación social.
-Aprender resolviendo problemas reales y próximos a cada individuo. La motivación por el conocimiento aplicado a los problemas que afectan a cada persona, es la fuerza más potente para la interiorización de nuevos esquemas en los adultos.
-Espacios de confianza donde aprender. Aprender requiere modestia, en tanto que presupone que no se sabe. Para el adulto representa manifestar inseguridad y una imagen de debilidad frente a otros. Esta limitación que no existe en los niños está muy instalada en los adultos, en forma de miedo a la opinión de otros.
-Aprender de todos y con todos. El sentido unidireccional del aprendizaje –profesor que forma alumnos de menor nivel- se superará por la participación de diversos agentes de diferentes cualificaciones, orígenes y conocimientos.
-La realidad y los proyectos -donde se desarrolla algo nuevo- serán los espacios de aprendizaje de adultos. Las tecnologías de la información posibilitan –en la mayoría de las ocasiones- construir espacios de simulación tan próximos a la realidad como queramos. Hoy un 90% de los que trabajan en oficinas y un 25 de los que trabajan en espacios abiertos lo hacen con ordenadores.
La formación de adultos es sin duda uno de los campos de acción y de innovación más importantes en una sociedad que quiere progresar y mantener los niveles de bienestar social y de calidad de vida, concepto –por cierto- que tendrá que variar respecto a los parámetros vigentes. Sin duda requerimos un cambio de mentalidad en los significados acuñados con el tiempo de lo que llamamos formación, en relación con la calidad de vida, y más si cabe tratándose de la formación continua y de adultos. Si nos sirve como ejemplo, en esta explosión futura de los modos de aprender, puede que nos ocurra lo acontecido en los sistemas de comunicación. Hace 200 años la forma de comunicar entre personas distantes era exclusivamente la correspondencia escrita, hace 50 se añadíó el teléfono fijo, y hoy los móviles con texto, voz e imagen, el correo electrónico, la videoconferencia,… diversifican y multiplican las modalidades comunicativas. La comunicación a través de la tecnología ha desplegado nuevas formas de expresión.
Y así deberá ser con la formación, que aún considera los modelos formativos basados en las aulas como los modos dominantes de diseñar y practicar la formación. La transformación y el desarrollo de nuevos modos de formación, a los que estamos abocados, puede empezar revisando a la luz de las diez tendencias citadas los cursos y módulos de formación de que hoy disponen los adultos. Trabajar desde ahora en su rediseño es un buen camino para ir construyendo este nuevo espacio de formación, tan necesario hoy y mucho más en los próximos años. La formación masiva de los adultos es la gran escolarización pendiente en nuestros días y requiere de un cambio de mentalidad social para despertar en cada persona la capacidad de aprender que llevamos dentro, y alimentar cada dia con los mejores alimentos a ese gran amigo del futuro que es el conocimiento.