César Molinas, catedrático de Instituto, en su tribuna de El País de 14 de junio, propone una idea para reformar lo que él define como deficiente sistema educativo español. Se trata de tomar como modelo la transformación del deporte en las últimas décadas, conseguida a partir de los Centros de Alto Rendimiento.
Comienza su tesis Molinas explicando tres conceptos que deberían enseñarse en el Bachillerato, tres términos que en realidad se refieren al mismo concepto moral básico. «Libertad» en el sentido de Kant (Crítica de la razón práctica), «Nobleza» en el sentido de Ortega (La rebelión de las masas) y «Esfuerzo» en el sentido de Manrique (Coplas por la muerte de su padre). Libertad que no surje de ejercer derechos, sino de asumir deberes como nos enseña Kant. Y, puesto que no hay libertad sin moral, la persona libre se obliga por consideraciones morales. Quien se obliga es noble, decía Ortega, y Manrique resaltaba que la nobleza es esfuerzo.
A partir de aquí, el autor se pregunta si el sistema educativo puede ser capaz de formar un número bastante de personas libres, insatisfechas consigo mismas y capaces de tirar de la sociedad hacia el futuro. Y aquí entra en juego su «modelo» transformador: los Centros de Alto Rendimiento (CAR). Los CAR han sido capaces de llevar a la élite y por lo tanto a los podios a deportistas que en décadas anteriores no salían de la mediocridad. La formación integral de las personas y la educación en los valores del esfuerzo, la ambición y la humildad han convertido a estos deportistas en ejemplos para la juventud de hoy. Por eso debería ser el modelo a copiar por el sistema educativo.
La creación de un pequeño número de centros educativos públicos de excelencia en la enseñanza secundaria podría ser un factor decisivo para este cambio. Supondría reproducir un sistema de formación de élites que funciona bien en los países de nuestro entorno. Y es que sin élites nobles, heterodoxas e insatisfechas, España seguirá yendo en el vagón de cola del progreso, en opinión del autor.
Los alumnos de estos centros excelentes deberían aprender, básicamente, a hacer preguntas y a dudar de las respuestas que obtengan. Por otro lado la gestión de los centros debería ser profesional, al contrario de lo que ocurre ahora con las escuelas públicas. Y, como última premisa, los centros de excelencia deberían ser exclusivos, que no excluyentes; es decir, sólo tendrían que admitir a los mejores sin que nadie se quedara fuera por motivos económicos. Lo que nos llevaría al problema de cuántos recursos públicos serían necesarios, pero ésto es cuestión de categorizar las prioridades del país.