En el diario Le Monde del 16 de septiembre podemos leer la siguiente receta:
«Tome una buena crisis intelectual en ciencias económicas. Mézclela con una dosis de pensamiento francés y déjela cocer a fuego lento un año o dos en el cerebro recalentado del economista Joseph Stiglitz: obtendrá una ocasión perdida de plantearse cuestiones de fondo».
Todo empezó a comienzos de 2008, cuando Sarkozy puso en marcha una comisión que midiera la actividad económica y el progreso social. Teniendo en cuenta que en aquella época los problemas del sector financiero se circunscribían al perímetro anglosajón, Sarkozy creía que los franceses podían dar al mundo entero una lección sobre éxito económico.
Dos Premios Nobel dirigían esta comisión: Stiglitz, americano e iconoclasta, como presidente, y Amartya Sen, nacido en India, como experto jefe. Su conclusión no admite discusión: el producto interior bruto (PIB) es una mala medida de cualquier cosa y está mal definido. Según el informe, no se puede decir que el PIB no signifique nada, pero sus imperfecciones son innombrables. Suma y ajusta los precios de manera arbitraria y no tiene en cuenta el trabajo de las mujeres en casa; pero considera los costos ligados a los trayectos domicilio-trabajo, a la delincuencia y a la finanza como valores a añadir. Ignora los fenómenos de depreciación y de perjuicio al medio ambiente. Y no tiene en cuenta nociones de fortuna ni de reparto de la renta.
Pero lo peor es el uso que se hace del PIB dándole estatuto de indicador del éxito económico de un país. No es preciso ser filósofo, como Descartes o Derrida, para saber que lo “más” no es siempre sinónimo de lo “mejor”. Cualquiera que sea el sentido que se le da a la vida, no es el crecimiento del PIB el que contribuirá a cumplirlo, al menos en los países desarrollados.
La mencionada comisión explora otras maneras de cuantificar el éxito: unas están fundadas en el sentimiento subjetivo de satisfacción, otras en medidas de bienestar escogidas por los economistas. Stiglitz y sus compañeros han discutido las debilidades respectivas de estas soluciones, pero no se ha encontrado a nadie que ponga filosóficamente en cuestión el principio mismo de búsqueda de un indicador «faro único». Es una lástima. La actividad económica puede proporcionar el bienestar de los hombres en más de un aspecto, asegurándoles una vida más larga, una mejor salud, una educación más sólida… Pero estas contribuciones son imposibles de medir. Stiglitz, concluye Le Monde, habría podido hacer un servicio al planeta declarando sin rodeos que la búsqueda era vana.