Ni proteccionismo, ni dejar-hacer…
Para Sylvain Guyoton -vicepresidente de investigación de “EcoVadis”, analistas expertos en Responsabilidad Social Corporativa- los legisladores y las ONGs deben exigir a las empresas respeto hacia las buenas prácticas medioambientales.
En un artículo publicado en Le Monde el pasado 17 de febrero, Guyoton señala que desde hace 40 años las políticas que buscan contrarrestar los efectos negativos de la “desregulación económica” no han cesado de alternar entre el dejar-hacer y el proteccionismo. Algunos piensan que, para detener el dumping social y los perjuicios sobre el medioambiente, es preciso levantar barreras. Otros, por el contrario, preconizan liberar más aún el comercio transnacional, basándose en los excedentes de prosperidad para tratar los daños. Pero el proteccionismo y el ultraliberalismo son ambos ciegos.
Uno favorece los actores de una nación, con el riesgo de apoyar a las empresas proponiendo productos más caros, o menos eficientes, sin que éstos sean necesariamente irreprochables. El otro no ve los estragos causados por las condiciones de trabajo medievales ni los infligidos al medio natural, espera la «mano invisible» del mercado, desgraciadamente ilusoria, como nos ha recordado la tragedia del Rana Plaza -edificio en Bangladesh de nueve plantas con talleres textiles, que se desplomó como una torre de papel en abril de 2013- donde más de 1.100 obreros perecieron.
Felizmente, gracias a las organizaciones no gubernamentales que sensibilizan o denuncian, como Amnistía Internacional, sabemos hoy más sobre los resortes de la esclavitud moderna. Las nuevas tecnologías aportan también perspectivas prometedoras: smartphones preguntando a los trabajadores sobre su bienestar, drones controlando los compromisos en materia de no-deforestación, transacciones “blockchain” para certificar el origen de los comestibles, clasificaciones a base de inteligencia… Entre estos dos tipos de ceguera emerge una tercera vía, estrecha, pero la única digna de perseguirse si esperamos contener las desviaciones taponando los desastres del nacionalismo económico o del capitalismo salvaje. La tercera vía es la ambición de ofrecer los mejores bienes asegurando modos de fabricación irreprochables. La tercera vía será posible integrando en la esencia de cada acto de compra el costo social de las mercancías, teniendo en cuenta externalidades negativas a lo largo de la cadena para que al final el consumidor se convierta en un ciudadano-consumidor, para que compre en conciencia. Pero esta nueva economía está enfrentada a un enorme desafío: faltan datos sobre las redes tentaculares del aprovisionamiento.
Los legisladores se involucran en los países pobres como Bangladesh, tratando de establecer las condiciones de seguridad aceptables, así como en los países industrializados, al igual que las empresas de la Unión Europea que obliga a las firmas a dar cuenta de sus acciones para asegurar sus redes industriales. Pero es imprescindible ir más allá. El deber de vigilancia es un proteccionismo inteligente que separa el grano de la paja, que dirige a las empresas hacia un mejor posicionamiento social, cualquiera que sea su país de origen antes que fortalecerlas en sus prácticas discutibles.
El aumento de un neonacionalismo exacerbado al otro lado del Atlántico es de naturaleza contradictoria a lo que escribía Montesquieu: “el efecto natural del comercio es el de llevar a la paz”. Invirtamos la tendencia antes de que sea demasiado tarde. Ampliemos el deber de vigilancia al nivel europeo con el fin de construir una alternativa progresista ambiciosa.