El último número de la revista Foreign Policy publica una profunda reflexión firmada por Barbara Supp acerca del papel transformador de las mujeres en el mundo globalizado así como de la manera en que éste está cambiando el mundo de las mujeres.
Partiendo de la idea de que globalización significa eliminación del tiempo y el espacio, sabemos que las personas, los productos y el dinero se difunden por el mundo de igual manera que el saber y los valores. Y por eso, a menudo, nos topamos con esquemas sociales arcaicos que cimentan una rotunda desigualdad entre los sexos, pero también encontramos con mucha mayor frecuencia que antes rostros de mujeres en el poder.
Nos topamos también con enormes contradicciones. A saber: tres quintos de la población más pobre del mundo y dos tercios de los analfabetos son mujeres; asimismo dos tercios del trabajo no remunerado lo realizan mujeres que reciben el 10% de la masa salarial del mundo y solamente poseen un 1% de la riqueza de las naciones. Sin embargo, son las mujeres las que rescatan de la crisis a los bancos de Islandia y las que se ponen en huelga en Bangladesh contra unos salarios miserables. También son mujeres las niñas que en Nigeria aprenden a ser mecánicas de automóviles para no tener que prostituirse. Y se pregunta la autora si, en medio de esta crisis calificada por algunos como “crisis de hombres”, esta nueva revolución viene transformada precisamente por las mujeres en la globalización.
Porque son dos las caras de la globalización para las mujeres: una es el rostro agotado, marcado por el trabajo y la falta de sueño y otra quizás una cara con los labios pintados y una sonrisa comercial. El Índice de Desarrollo Humano relativo al Género, publicado por la ONU desde hace una década, mide el grado de igualdad de oportunidades de un país, comparando la educación, los ingresos y la esperanza de vida de hombres y de mujeres. Las posiciones de cabeza las ocupan casi siempre los países escandinavos, Canadá, Australia y Suiza (Francia también aparece bastante arriba). En la última estadística, Alemania se sitúa en el puesto 20 de 155 países evaluados, mientras España está en el 9. China por ejemplo ocupa el lugar 75, Níger y Afganistán se encuentran en las últimas posiciones, mientras que Bangladesh, el país de las costureras en huelga, hace el número 123, lo que supone una mejoría teniendo en cuenta que en el siglo pasado ocupaba el puesto 140.
Pero la imagen de la cara con los labios pintados y sonrisa comercial se ve cada vez con más frecuencia. Refleja a esas mujeres con amplia formación, buenos sueldos e influencia, con espíritu profesional que trabajan para empresas, partidos, gobiernos, organizaciones de ayuda o lobbies, y les resulta de lo más natural sacar provecho de la globalización. Esa es la imagen que se puede encontrar en los foros económicos donde se cita la élite y donde la consigna publicada por The Economist: “Olvidaos de China, India e Internet; las impulsoras del crecimiento económico son las mujeres” traduce la confianza en la potencia económica de las mujeres. Esas mujeres, que en muchos países ya constituyen la mayoría en las universidades, gracias a su flexibilidad y capacidad de comunicación y cooperación, según un estudio de McKinsey, están especialmente bien dotadas para responder a las exigencias de la globalización.