Esther Duflo nació en Francia en 1972 y se doctoró en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Profesora de «Alivio de la Pobreza y Economía del Desarrollo» en el propio MIT, ha obtenido la medalla John Bates Clark (considerada una de las antesalas del Nobel) a la mejor economista menor de 40 años.
Durante más de 15 años ha trabajado en países como Chile, India, Kenia e Indonesia para comprobar cómo funciona la economía de los pobres. Como resultado de este trabajo ha publicado un libro titulado «Repensar la pobreza» junto al profesor Abhijt V. Banerjee que revoluciona las ideas preconcebidas que sustentan las políticas antipobreza de ONG y gobiernos.
Mediante la aplicación de la metodología que las farmacéuticas vienen usando desde hace décadas: grupos de control y de tratamiento en más de 250 proyectos que su oficina coordina en todo el mundo, Esther Duflo combate la pobreza, que es su caballo de batalla y la tarea a la que ha encomendado su vida. Ante las críticas sobre tratar a las personas como cobayas, responde con resultados positivos y señala «los cambios pequeños pueden tener efectos grandes». Es más fácil alejarse de la pobreza con un poco de ayuda bien dirigida, destaca, un poco de información y un pequeño empujón para sortear las trampas de la pobreza: el hambre, las enfermedades y la falta de educación.
Respecto al hambre señala que los pobres no necesitan cereal barato, sino alimentos enriquecidos. Nutrientes adicionales como las patatas dulces, ricas en betacaroteno que se han introducido en Uganda y Mozambique. O la sal enriquecida con yodo y hierro que se prueba en la India.
En cuanto a la prevención de las enfermedades, responde que es por las mismas razones que nosotros ingerimos grasas trans o no hacemos ejercicio: falta de información, pensamiento débil, tendencia a dejar las cosas para más tarde…, que los pobres no usan mosquiteras contra la picadura de los mosquitos de la malaria, o no echan cloro para depurar el agua, o no ponen vacunas a sus hijos. En su opinión son necesarios los incentivos. Por ejemplo, a las madres cada vez que recorren la distancia que les separa de los servicios públicos de salud para cumplir con una vacuna y se les ofrece un kilo de dhal (tipo de legumbre).
Para extender la efectividad de los programas de educación informan a los padres, como hicieron en Madagascar, sobre los ingresos adicionales que niños de contextos similares al suyo podrían obtener por solo un año de estudios de más. Ésto tuvo un efecto positivo en las notas de los exámenes y entre los propios padres que descubrieron que habían infravalorado los beneficios de la educación. Algo similar realizaron con los bachilleres de República Dominicana. Y otro ejemplo: un programa de ayudas en Kenia que ofreció becas de 20 dólares para el año siguiente a las niñas cuyas notas estuvieran entre las más altas. Esta medida no solo consiguió que lo hicieran mejor, sino que impulsó a los profesores a trabajar más para ayudarlas.
En opinión de Duflo, la gente no se ha insensibilizado ante la pobreza, simplemente se desanima por la magnitud del problema y porque erradicar la pobreza nos parece inalcanzable. Pero un acercamiento gradual a la cuestión puede ayudarnos a infundir energía al proyecto. Aunque la «ideología, ignorancia e inercia» las tres íes, como ella destaca, nos hacen olvidar si realmente nuestras políticas antipobreza solucionan los problemas.
La pobreza pone sus trampas, solo debemos encontrar las palancas adecuadas para liberar a los pobres de ellas. «No podemos convertir a los pobres en ricos, concluye, pero sí enviar a sus hijos a la escuela y sacarlos de la pobreza».