Por Edgar Morin, sociólogo y filósofo francés, y presidente de la Asociación para el Pensamiento complejo. Extraído de los archivos de Le Monde.
Cuando un sistema es incapaz de tratar sus problemas vitales, se degrada, se desintegra o bien es capaz de suscitar un metasistema en condiciones de ocuparse de sus problemas: se metamorfosea. El sistema Tierra es incapaz de organizarse para atender sus problemas vitales: peligros nucleares que se agravan con la diseminación y tal vez la privatización del arma atómica; degradación de la biosfera; economía mundial sin una verdadera regulación; retorno de las hambrunas; conflictos etno-político-religiosos que tienden a extenderse en guerras de civilización.
La amplificación y la aceleración de todos estos procesos pueden considerarse como el desencadenamiento de un formidable “feedback” negativo, proceso por el cual un sistema se desintegra irremediablemente.
Lo probable es la desintegración. Lo improbable pero posible es la metamorfosis. ¿Qué es una metamorfosis? Vemos innumerables ejemplos de ella en el reino animal. La oruga encerrada en una crisálida empieza un proceso simultáneo de autodestrucción y de autorreconstrucción, de acuerdo con una constitución y una forma de mariposa diferente de la oruga, aunque sigue siendo lo mismo. El nacimiento de la vida puede ser concebido como la metamorfosis de una organización físico-química que, al llegar a un punto de saturación, ha creado la metaorganización viva, la cual, aunque comporta las mismas constituyentes físico-químicas, ha producido cualidades nuevas.
La formación de las sociedades históricas, en Oriente Medio, en India, en China, en México, en Perú, constituye una metamorfosis a partir de un conglomerado de sociedades arcaicas de cazadores-recolectores, que ha producido las ciudades, el Estado, las clases sociales, la especialización del trabajo, las grandes religiones, la arquitectura, las artes, la literatura, la filosofía. Y todo eso también para lo peor: la guerra, la esclavitud.
A partir del siglo XXI se sitúa el problema de la metamorfosis de las sociedades históricas en una sociedad-mundo de un tipo nuevo, que englobaría los Estados-nación sin suprimirlos, porque la persecución de la historia –es decir, las guerras– por Estados que poseen armas de aniquilación conduce a la casi destrucción de la humanidad. Mientras que, en opinión de Fukuyama, las capacidades creadoras de la evolución humana están agotadas con la democracia representativa y la economía liberal, debemos pensar que, al contrario, es la historia la que está agotada y no las capacidades creadoras de la humanidad.
La idea de metamorfosis, más rica que la idea de revolución, guarda su radicalidad transformadora, pero la relaciona con la conservación (de la vida, de la herencia de las culturas). Para ir hacia la metamorfosis, ¿cómo cambiar de vía? Aunque parece posible corregir ciertos males, es imposible frenar el desencadenamiento tecno-científico-económico-civilizador que conduce al planeta a los desastres. Sin embargo, la historia humana ha cambiado con frecuencia de vía. Todo empieza, siempre, por una innovación, un nuevo mensaje marginal, modesto, a menudo invisible para los contemporáneos. Así han empezado las grandes religiones: budismo, cristianismo, islam. El capitalismo se desarrolla como parásito de las sociedades feudales para progresar finalmente y, con la ayuda de las monarquías, desintegrarlas.
La ciencia moderna se ha formado a partir de algunos espíritus marginales dispersos –Galileo, Bacon, Descartes–, luego creó sus redes y sus asociaciones, se introdujo en las universidades en el siglo XIX, después en el siglo XX, en las economías y los Estados para convertirse en uno de los cuatro potentes motores de la nave espacial Tierra. El socialismo ha nacido en algunos espíritus autodidactas y marginados en el siglo XIX para convertirse en una formidable fuerza histórica en el XX. Hoy, todo hay que repensarlo. Todo debe recomenzar.
En realidad ha recomenzado, pero sin que se sepa. Estamos en la fase de los principios, modestos, invisibles, marginales, dispersos. Existe ya, en todos los continentes, una efervescencia creativa, una multitud de iniciativas locales, en el sentido de la regeneración económica, o social, o política, o cognitiva, o educacional, o ética, o de la reforma de vida.
Estas iniciativas no se conocen entre sí, ninguna administración las censa, ningún partido se entera de ellas. Pero son el vivero del futuro. Se trata de reconocerlas, de enumerarlas, de cotejarlas, de catalogarlas, y de conjugarlas en una pluralidad de caminos reformadores. Éstas son las múltiples vías que podrán, desarrollándose conjuntamente, conjugarse para formar la vía nueva, que nos llevará hacia la todavía invisible e inconcebible metamorfosis. Para elaborar las vías que se reunirán en la Vía, precisamos liberarnos de alternativas limitadas, a las que nos constriñe el mundo de conocimiento y de pensamiento hegemónicos. Así, resulta esencial, al mismo tiempo, globalizar y desglobalizar, crecer y decrecer, desenvolver y envolver.
La orientación globalización/desglobalización significa que, si es necesario multiplicar los procesos de comunicación y de universalización culturales, si es preciso que se constituya una conciencia de «Tierra-patria», es indispensable también promover, de forma desglobalizadora, el abastecimiento de proximidad, los artesanados de proximidad, los comercios de proximidad, la horticultura periurbana, las comunidades locales y regionales.
La orientación «crecimiento/decrecimiento» significa que es imprescindible impulsar el crecimiento de los servicios, las energías verdes, los transportes públicos, la economía plural –de la que deriva la economía social y solidaria–, el fomento de la humanización de las megalópolis, las agriculturas y ganaderías de granja y biológicas, pero decrecer las intoxicaciones consumistas, la alimentación industrializada, la producción de objetos desechables y no reparables, el tráfico automovilístico, el tráfico de camiones (en beneficio del transporte ferroviario de éstos).
La orientación desarrollar/interiorizar significa que el objetivo no es fundamentalmente el desarrollo de los bienes materiales, de la eficacia, de la rentabilidad, de lo calculable, es también el retorno de todos a sus necesidades interiores, el gran regreso a la vida interior y a la prioridad de la comprensión de los demás, del amor y de la amistad.
No basta con denunciar. Necesitamos ahora enunciar. No basta con recordar la urgencia. Es necesario saber empezar también por definir las vías que conducirán a la Vía. A eso intentamos contribuir. ¿Cuáles son las razones de la espera? Podemos formular cinco principios de esperanza:
1.- El surgimiento de lo improbable.
La resistencia victoriosa en dos ocasiones de la pequeña Atenas frente a la formidable potencia persa, cinco siglos antes de nuestra era, fue altamente improbable y permitió el nacimiento de la democracia y de la filosofía. También fue inesperada la congelación de la ofensiva alemana frente a Moscú en el otoño de 1941, luego improbable la contraofensiva victoriosa de Yukov, empezada el 5 de diciembre y seguida el 8 de diciembre por el ataque a Pearl Harbor que hizo entrar a Estados Unidos en la guerra mundial.
2.- Las virtudes generadoras/creadoras inherentes a la humanidad.
Así como existen en todo organismo humano adulto células madre dotadas de aptitudes polivalentes (totipotentes) propias de las células embrionarias, pero inactivadas, también existen en todo ser humano, en toda sociedad humana, virtudes regeneradoras, generadoras, creadoras en estado latente o inhibido.
3.- Las virtudes de la crisis.
Al mismo tiempo que las fuerzas regresivas o desintegradoras, las fuerzas generadoras creadoras se despiertan en la crisis planetaria de la humanidad.
4.- La combinación de las virtudes del peligro:
«Allí donde crece el peligro crece también quien salva». La posibilidad suprema es inseparable del riesgo supremo.
5.- La aspiración multimilenaria de la humanidad a la armonía (paraíso, luego utopías, después ideologías libertaria/socialista/comunista, más tarde aspiraciones y revueltas juveniles de los años 1960). Esta aspiración renace en el bullicio de las iniciativas múltiples y dispersas que podrán alimentar las vías reformadoras, dedicadas a reunirse en la vía nueva.
La esperanza estaba muerta. Las generaciones viejas están desengañadas de las falsas esperanzas. Las generaciones jóvenes se lamentan de que no haya más razones como la de nuestra resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. Pero nuestra razón lleva en sí misma su contraria. Como decía Vassili Grossman de Stalingrado, la mayor victoria de la humanidad era al mismo tiempo su mayor derrota, porque el totalitarismo estalinista resultaba vencedor. La victoria de los demócratas restablecía al mismo tiempo su colonialismo. Hoy, la causa es inequívoca, sublime: se trata de salvar a la humanidad.
La verdadera esperanza sabe que carece de certeza. Es la esperanza no en el mejor de los mundos, sino en un mundo mejor. El origen está ante nosotros, decía Heidegger. La metamorfosis sería efectivamente un nuevo origen.