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Otro punto de vista, en línea con el anterior, lo expone, en otra sección del mismo periódico, José Ramón Villar, Decano de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, en un artículo titulado: «La laicidad positiva«, haciendo alusión a la idea del Primer Ministro francés, Sarkozy, expresada cuando recibía al Papa Benedicto XVI. Dice que “la laicidad positiva acepta la religión como un hecho más entre los que existen socialmente por estricta decisión de los ciudadanos, no del Estado” , y “Un Estado no confesional o laico (que no laicista) respeta las creencias de unos y la no creencia de otros: por eso, no declara la religión de muchos obligatoria para todos; y tampoco impone a la entera sociedad la no-religión de algunos. Además, el Estado considera la religión como elemento positivo para gran parte de los ciudadanos, cuando menos en la misma medida que valora sus opciones culturales y artísticas, o sus aficiones deportivas. De manera que, sin imponer nada a nadie, se reconoce la relevancia de la religión en la misma medida al menos que se reconoce la relevancia de otros hechos sociales. Así las cosas, lo que a menudo se confunde con confesionalismo es, en realidad, la expresión social del hecho religioso, tan pacíficamente admisible como cualquier otra manifestación social. El Estado es no confesional, pero los ciudadanos lo son: confesionales de la creencia o confesionales de la increencia, si vale la expresión. Ahora bien, esta actitud abierta se basa en un presupuesto anterior a la cuestión religiosa: la convicción de que el espacio público no es propiedad del Estado, ni de las diversas Administraciones, ni de las organizaciones políticas, sino de los ciudadanos; convicción ésta que lamentablemente no es moneda común en una sociedad que con frecuencia asiste impasible a la ocupación del espacio que le pertenece, sea en materia religiosa o en otros ámbitos”.
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