A.M.: En mi opinión, estos acontecimientos han precipitado la evolución de todas las tendencias. Se ha salido de la fatalidad que opone la dictadura al islamismo. Ésto, sobre el modelo turco, podría evolucionar hacia la “democracia islámica” a la manera de la “democracia cristiana” en el espacio alemán o italiano. El tiempo nos dirá si Qaradaoui es oportunista o sincero cuando abandona el Estado islámico para recomendar un Estado civil con un referente islámico, precisando enseguida que no piensa en la religión sino en la civilización. Esta distinción esencial está en el centro de mi obra. Pero no es verdaderamente operativa más que cuando se sale del encierro de su origen. Es en un horizonte cosmopolítico neo-kantiano donde esta distinción prospera. Hemos escrito una tabla común. Se trata entonces de discutir a partir de la pluralidad de nuestras civilizaciones: del lado de China, de India, de Occidente, el Islam puede realizar una contribución preciosa. Por ejemplo, a finales del siglo X, el sufí Tirmidhi nos legó “El libro de la imposibilidad de la sinonimia”, que inventa una ética del matiz. Hoy, sería útil recordar los matices y los estados psicológicos que distinguen “controversia” y “confrontación”, “hacer justicia” y “vengarse”… La Constitución que está por venir no toma el relevo solamente del derecho sino también de la ética. Está ilustrada por la experiencia de las naciones.
De la charia a la islamofobia
El ensayista Abdelwahab Meddeb (A.M.), a la izquierda y el teólogo Tariq Ramadan (T.R.), a la derecha, debaten sobre la religión en las revoluciones árabes en una entrevista para “Le Monde”. En este artículo presentamos un interesante extracto de la misma.
¿Se pueden calificar de post-islamistas los movimientos emancipatorios que conocen el Magreb (Norte de África) y el Machrek (Oriente medio) desde enero último? Estiman que la cuestión religiosa no ha sido central y, si es el caso, ¿cómo lo explicarían?
T.R.: En conjunto, estos procesos han modificado nuestras percepciones y nos han llevado a salir de la visión simplista oponiendo dictadura a islamismo radical, tal y como era presentado por las dictaduras mismas y rápidamente aceptado por sus aliados occidentales. Frente a una mezcla de población de todas las tendencias socio-políticas que, sin un liderazgo específico, ha destacado valores de libertad contra la dictadura, la corrupción y el clientelismo, nuestros análisis son a menudo admitidos por temor del islamismo o rechazo del islam. Sin embargo, estas revoluciones están ligadas a un referente islámico: no están dirigidas en nombre del islam, pero los valores a los que apelan no están opuestos al islam. El referente islámico no es un obstáculo a la afirmación de valores que nosotros compartimos. Se trata de valores universales compartidos más que de valores occidentales que serían extraños al islam. Es porque estos movimientos no son islamistas por lo que no son islámicos. El referente religioso, pues, no ha desaparecido completamente del discurso ni de los ritmos de la movilización de los viernes.
A.M.: No post-islámicos, pero sí más allá del islam: es así como yo calificaría lo que ha pasado en Túnez y en Egipto. La cuestión del referente religioso no se ha planteado. Estos actos no han tenido que ver con la identidad religiosa o cultural. Las gentes se han rebelado contra un situación donde el “habeas corpus” no era respetado. No estaba asegurado el mínimo de integridad del individuo. Esta sublevación se ha hecho más allá de las identidades. No se protesta en tanto que uno es musulmán, sino en tanto que es oprimido. La protesta se ha expresado en nombre de la humanidad vapuleada. Desde que se evoca el espacio del sur, se tiene el prurito del referente que engendra la diferencia. Es, por otra parte, un reflejo occidental el ver algo de islámico en todo suceso que proviene de los territorios cuya religión dominante es el islam. Sólo ha sido invocada la libertad como principio que pertenece al hombre, al derecho natural. Ciertamente la cultura y la religión de estos países no han puestro trabas a esta llamada a la libertad. Tampoco estos movimientos eran islamistas ni islámicos. Los que se han sublevado han reclamado su autonomía como individuos y el derecho que tienen sobre sus países, ya que incluso eso estaba rechazado por los predadores que les dirigían. Los que han tenido la audacia de manifestarse afrontando la muerte defendían y reclamaban una sola cosa: ser hombres libres. Estos árabes habrían podido ser chinos o birmanos. Su sola referencia era el derecho a la libertad, a la dignidad, a la justicia que todo humano reivindica. Eso excede la dicotomía Islam/Occidente.
T.R.: Yo pondría un acento. Bastante pronto, incluso en Túnez, estos movimientos de masa no han negado jamás su referente religioso y cultural. Incluso si los manifestantes no querían ver esta revolución recuperada por el islam político, todos consideraban que la búsqueda de libertad se hacía a partir de su historia, su cultura y su religión. Los debates internos a los que asistimos hoy son la prueba, incluso si hay que reconocer que hay un verdadero déficit evidente de intercambio en el corazón de las sociedades civiles y entre las diferentes corrientes políticas e ideológicas (esta es realmente la debilidad de estos movimientos). Lo que es remarcable es la ausencia de eslogans anti-occidentales o anti-israelitas en las manifestaciones. Se han movilizado por los valores, ni contra ni a favor de Occidente, sino por su libertad a partir de su historia y sus referencias.
A.M.: No hay miles de maneras de ser demócrata. No veo por qué hay que distinguirse de inventos occidentales. Estos pertenecen a la humanidad. Todo candidato, cualquiera que sea su lengua, su cultura o su creencia, puede adaptarlos a lo que él es. En los países musulmanes se sigue siendo temeroso, desde los reformistas del siglo XIX, no se ha cesado de obsesionarse con el deseo de asimilar las invenciones políticas modernas a los procedimientos que estaban ya presentes en la tradición islámica. Es así como se ha asimilado el parlamentarismo a la “choura” coránica que, en el mejor de los casos, se parecería al consejo consultivo del Príncipe. Estas aproximaciones intempestivas y anacrónicas no aclaraban los conceptos sino que los oscurecían. Estas orientaciones se han evitado en Túnez e incluso en Egipto. El movimiento nacido del pueblo ha sido amplificado por las clases medias para ser seguidamente relevados por intelectuales informados sobre conceptos comprometidos: la libertad, la igualdad, la justicia ha sido aproximados desde un punto de vista filosófico, jurídico e histórico. En países como Yemen o Libia, ha faltado este contenido conceptual. El instinto de libertad se nutre entonces de rudimentos recogidos de una tradición islámica que no se asimila al islam político. El referente provenía más de la costumbre que de la cultura letrada. Es esto lo que mide la inmensidad de la tarea: qué trabajo didáctico para aportar de contenido y de sentido que esté en coherencia con las reivindicaciones! Estos Estados no han asumido la vocación del Estado moderno como maestro del pueblo.
La emancipación no se piensa ya en términos de ruptura con las culturas de origen, pero ¿puede inscribirse en un anclaje islámico? ¿No hay entonces ninguna separación entre la cultura democrática y la cultura islámica?
T.R.: La llamada a los valores democráticos no se hace forzosamente en oposición al terreno cultural o religioso. Hay que comprender bien que no pasará nada en el Norte de África o en Oriente Medio sin debate social, político o económico, que cuestione la situación de la religión y su papel en las instituciones y la esfera pública. Las jóvenes generaciones, incluso entre los islamistas, se refieren menos a Irán que a Turquía: ven en este país que, a partir de su referente islámico, ha sabido integrar a su modelo político valores en los que se reconocen y que son los nuestros. En Marruecos, en Egipto, en Túnez, en Yemen o en Jordania, una partida de islamistas es a partir de ahora favorable a un Estado Civil. Incluso el pensamiento político de los islamistas ha evolucionado en el curso de los últimos treinta años. Admitiendo que estos valores han salido del terreno mismo de estas sociedades, seremos más respetuosos con los debates internos que puedan llevar a modelos democráticos endógenos y sólidos, y por eso percibidos como legítimos.