Un artículo de Ana Díaz, miembro del Ícaro Think Tank.
El último Informe de la OIT[1] señala que el ratio global de desempleo juvenil ha pasado del 11,7% (2007) al 12,7% (2011), y que es precisamente en las economías avanzadas donde el ratio más se ha incrementado llegando al 17,9% actual. Se estima que hoy, en el mundo, hay 74,7 millones de desempleados jóvenes. La realidad nos dice también que los jóvenes que trabajan en las economías avanzadas se encuentran cada vez más entre los que realizan el trabajo a tiempo parcial y tienen contratos temporales. Por otro lado, en los países en vías de desarrollo, los jóvenes están desproporcionadamente más entre el grupo de los llamados “pobres que trabajan”. Estos datos nos ofrecen un panorama nada alentador.
Las llamadas grandes economías representadas por el grupo del G20 han declarado (Cannes, 2011) estar comprometidos a combatir el desempleo y promover trabajos decentes y para ello han establecido el grupo de trabajo del Empleo del G20; este grupo deberá informar a los ministros de finanzas sobre las previsiones globales del empleo, y sobre cómo una agenda de reformas económicas, bajo el marco del G20, contribuirá a la creación del empleo. ¿Pero es suficiente ya sólo con informar? La OIT propone como primera medida la coordinación de la política global. Pasar de las ideas a las acciones de forma coordinada y eficaz con gran participación de diferentes agentes socioeconómicos, es clave.
Las evidencias aportadas por los países en este informe sobre las políticas del mercado laboral demuestran su impacto sobre el empleo e ingresos laborales (OIT, 2009); incluyen la ampliación de los beneficios por desempleo y programas de empleo compartido, reevaluación del salario mínimo y los subsidios, así como la promoción de los servicios públicos de empleo, programas públicos de empleo e incentivos al Emprendizaje. La OIT propone que los países deberán, por lo tanto, dirigir los gastos hacia estos temas, reduciendo si fuera necesario, el gasto en otros instrumentos menos fructíferos para el empleo (OIT 2011, p.86).
Ahora bien, si ya sabemos lo que tenemos que hacer, ¿dónde radica la dificultad?, la respuesta parece no estar en el “qué” sino en los “cómos”. Ser conscientes de la necesidad de coordinarnos de forma eficaz es un punto de partida básico que supone tener un sentido ético y estratégico de la realidad. Además, para abordar de forma eficaz un reto de semejante envergadura a nivel de política global, hay que pasar antes por coordinarnos bien a nivel local, regional, nacional. Por lo tanto, ¿Cómo hacer frente a esta realidad tan compleja? Veamos qué nos dicen las Ciencias Sociales.
Defendemos a las Ciencias Sociales como el gran aliado de las futuras políticas macroeconómicas. Ellas nos dan las claves para cooperar, de forma que superando la etapa del individualismo a ultranza que ha marcado el s.XX, podríamos recurrir a las teorías de los equipos como fuente de inspiración para poner en práctica la cooperación entre individuos. Si somos capaces de trasladar este conocimiento a otros entornos de actuación (político, económico, social, etc.) la resultante sería la puesta en marcha de nuevas soluciones, producto de una cooperación eficaz.
Pero para que un equipo funcione como tal, nos dicen, deben darse una serie de condiciones. Es necesario que surja un componente afectivo, la confianza, que resulte del proceso de “construir algo juntos”, desde las diferencias de cada uno de sus miembros. En el nivel conductual es donde reside la eficiencia de ese equipo para la obtención de objetivos y resultados, manejando la información pertinente y elaborando de forma consensuada estrategias que le permitan llegar a resultados concretos. Por lo tanto, la segunda condición sería diseñar y planificar de forma eficaz la tarea que se tiene encomendada en el corto, medio y largo plazo. Y por último, la teoría nos habla del nivel más relevante, el nivel cognitivo. En este nivel es donde se forman los significados y valores que ese equipo compartirá y le llevarán a desarrollar una “cultura compartida”. Esta sería la tercera condición, la de ser capaces de desarrollar una cultura compartida y una memoria sobre lo que cada uno sabe que otro miembro sabe hacer bien. A la luz de la teoría observamos, por lo tanto, que “Cooperar” es también una Ciencia, y que al igual que la Tecnología es necesario conocer sus fundamentos para saber aplicarla con éxito.
Si ya sabemos “qué” hay que hacer, y tenemos ciencia suficiente y de vanguardia para establecer los cómos”, no tenemos excusa para no construir entre todos un futuro digno para los jóvenes.
[1] Tendencias Mundiales del
Empleo 2012, OIT “Prevenir una crisis mayor del empleo”
Empleo 2012, OIT “Prevenir una crisis mayor del empleo”
Excelente artículo, Ana. Ya lo leí en El Correo. Si no somos capaces de cooperar a escala local, ¿cómo podemos pretender cooperar a escala global? Aunque las técnicas de cooperación ayudan, pienso que lo primero que hay que tener es una "actitud" cooperativa. Es lo que da la educación, más que la enseñanza.