No hay ninguna duda de que entramos en momentos de cambio, y que éstos han de convivir con nosotros durante algunos cuantos años. La situación que se ha creado en el espacio internacional dentro del sistema económico es inestable e interdependiente, por lo que se van a producir cambios importantes; unos serán directos y otros indirectos. Las medidas a adoptar pueden ser muy diferentes en función de lo que esperemos lograr con ellas y del plazo de su efecto. Por lo general las medidas de corto plazo o correctoras son adecuadas cuando estamos en un modelo que funciona y presenta desajustes. Las medidas más estructurales lo son cuando hay que reformar elementos fundamentales de un sistema. Y las medidas son de cambio de dirección y de largo plazo cuando lo que queremos es reinventar un sistema sobre otros cimientos. Se ha dicho ya de todo, y la opinión es unánime de que el sistema requiere cambios estructurales, pero ¿qué significa ésto?
Aunque todos hablan de cambios hay tres niveles en el alcance de los cambios que unos y otros sugieren. En primer lugar, están los que creen que la solución está en volver a la senda del crecimiento, a través de ajustes de variables económicas y de reformas laborales. Éstos entienden que el sistema económico y productivo vigente tiene recorrido todavía y lo que nos ha ocurrido es un tropezón de corrección costosa, pero que nos llevará a un desarrollo basado en activar el consumo y con ello en crecimiento del PIB. Para éstos estamos en una época de cambios. Importantes, pero cambios en las dimensiones de los parámetros que configuran la organización laboral, social y productiva.
Un segundo grupo cada vez más numeroso de expertos, vaticina que la economía -como ciencia- no es capaz de interpretar el fenómeno de cambio que nos ocupa. Ya decíamos en un anterior articulo “Nuevos tiempos nuevos conceptos – Exonomía”, que una ciencia que se ocupa de la optimización del empleo de los recursos escasos para su mejor aprovechamiento, no contempla las variables psicológicas y sociológicas del comportamiento humano. La ciencia económica y los organismos expertos no supieron predecir el fenómeno que nos ocupa, y ésto pone en duda que sean capaces de dar con la salida al mismo. Sobre todo con otra solución que no sea la de volver al punto de partida. Quizás esté agotado el marco con el que interpretamos la realidad, que es mucho más compleja que las dimensiones que maneja la economía. Los modelos econométricos de la ciencia económica no concluyen con resultados aplicables a los momentos actuales, ya que han de intervenir de forma importante aspectos culturales y de transformación social así como cambios de prioridades sociales sobre el uso de los recursos. Adicionalmente el desarrollo e intercambio de los bienes intangibles como el conocimiento y los valores sociales no son fácilmente incorporables en la economía.
Cuando los recursos económicos no alcanzan, ahora que el déficit asoma, apelamos a la participación ciudadana y a la toma de responsabilidad social de los problemas hasta el momento conectados con el estado del bienestar. Ahora decimos «sociedad del bienestar» dando a entender el cambio de giro de la función de lo colectivo. Este segundo grupo de miembros de la sociedad que interpreta los cambios, opta por introducir nuevas áreas de las ciencias humanas para reinterpretar el sistema actual, buscando otros modos de establecer prioridades sociales y una nueva gobernanza. Lo que llamaríamos una deconstrucción del sistema económico existente para llegar a otro nuevo o renovado. Ésto es más que unos cambios de parámetros y relaciones, pero hasta aquí por el momento no hemos llegado todavía. Habrá que esperar por lo menos unos 5 años en esta situación de cambios continuados y a corto plazo para que se consolide algo, y para vernos en este estado intermedio. Encontraremos cambios como la reducción de la función pública, una mayor implicación ciudadana en los servicios públicos, una reforma de la representación de ciudadanos, ahorros mas intensivos con menos riesgo en lo económico, refundación del sentido de la empresa como generadora de valor social, no sólo de beneficios empresariales, reinterpretación del sentido de las rentas del trabajo y capital, nuevas relaciones laborales, nuevas fiscalidades sobre el conocimiento, una reforma de la universidad y cambios en la productividad y eficacia a través de las tecnologías y la formación. Diríamos que se trata de hacer una reingeniería o un rediseño de la economía sobre nuevos principios que se articulen alrededor de la generación de valor, y no del consumo y el lucro como objetivos. El horizonte de esta transformación requiere cambios estructurales en la legislación, en los modelos de relación entre empresas, en las personas y en los gobiernos. No podemos esperar menos de 15 años para estos cambios, y que un nuevo equilibrio se produzca dando lugar a un nuevo sistema socio-económico.
Pero ésto no sería todavía un cambio de época. Este cambio que ya se ha empezado será muy lento y contiene los dos anteriores. En esencia este cambio de época vendrá con la generación que ahora se va a ver educada en una sociedad no tan pudiente, más heterogénea que construirá unos nuevos modos de vida donde la posesión y la abundancia no constituyan el valor social por el que se mueva la sociedad. La educación de los más pequeños es en estos momentos algo muy importante. Una sociedad del equilibrio entre el ser y el poseer, que centre en la calidad de vida su desarrollo. El PIB dejará de ser un referente comparativo del progreso y la economía será abarcada por otras ciencias sociales que integren la calidad de vida, la sostenibilidad, la ética y el valor como activos a construir con un cuidado muy especial en el medio y largo plazo.
En resumen, ésto significa salir de un modelo económico obsoleto y migrar a uno de calidad de vida. Admitir que bajar el PIB puede querer decir aumento de calidad de vida, liberar recursos para la educación y la cultura, disponer de tiempo de calidad, servicios sociales extendidos con voluntariado, educación continua, innovación social. Hoy ésto no es admisible ni visible –pura utopía- desde los parámetros económicos y sociales vigentes, ya que supone empezar de cero, lo que es imposible. Una sociedad cuya moneda será la calidad del tiempo y una economía del tiempo social. Se trata de una reforma basal de los valores sociales que requiere cambios educativos sustanciales en las familias y en la sociedad, labor que deberán desempeñar nuevas estructuras sociales hoy no existentes.
¿Y por qué ha de ocurrir todo ésto? Ya el siglo XX fue una explosión tecnológica que derribó las limitaciones productivas y llevó a un exceso de capacidad de producción, con el correspondiente impacto en el medio físico y el medio ambiente. Pero hasta finales del siglo el volumen de la población implicada en este fenómeno era bajo respecto a la totalidad del planeta. La incorporación de otros 1.500 millones de personas a este mercado mundial de la competitividad productiva transforma las variables y el propio sistema se inestabiliza. A ésto hay que añadir un brusco envejecimiento de la población en los países más desarrollados y un avance tecnológico que no cesa. Son las telecomunicaciones, el transporte y la internacionalización ingredientes adicionales que reavivan las dimensiones del cambio.
Vivimos en un cambio de época y también en una época de cambios. Los países y colectivos más avanzados en esta situación van acometiendo transformaciones orientadas a un futuro de la economía de la calidad de vida. Si lo hacemos desde ya, entenderemos que los cambios –vistos como penosos en el modelo vigente- pueden encerrar verdaderas ventajas sociales en el nuevo, si somos inteligentes y anticipamos el cambio desde la educación de la población y la reformulación de los valores sociales. La clave del cambio no son las medidas de ajuste -que habrá que tomar-, sino el reiniciar una innovación social desde la educación permanente de la población y en mayor medida desde los más jóvenes. Lo que no merece la pena es seguir pensando que vamos a recuperar lo que éramos y sobre todo como pensábamos, porque en esto último está el origen de nuestros problemas. Lo que nos toca vivir no es sólo una época de cambios, es sobre todo un cambio de época.