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Empleo Juvenil e Innovación Social ¿Un guiño a la Luna?

Un artículo de Begoña Etxebarria Directora de NSF y miembro del Icaro Think Tank
Los datos del desempleo persisten
después de cinco años desde que estallara la crisis.
Bastan algunas cifras: 164.139
personas demandan empleo en Euskadi (15.5% sobre población activa administrativa).
De ellas, 54.068 son jóvenes de entre 16-34 años. De éstos, el 40% cuenta con
estudios de nivel formación profesional o superior (Lanbide Septiembre 2012). El
Instituto vasco de Estadística, señala que en 2011 el 42,6 % de la población
vasca de entre 30 y 34 años cuenta con un nivel de educación superior, ocho
puntos más que la media de los países de la UE-27 (34,6%). Esto indica que en los últimos
años, la tasa de población vasca con estudios superiores se ha incrementado
notablemente, pasando del 30,5 por ciento de las personas de 30 a 34 años en 2000, a los 42,6 por ciento
del último año. Estas cifras dicen dos cosas: una, que nuestra sociedad está apostando
por el conocimiento y la educación de sus personas, con el esfuerzo
indispensable de las familias. Y dos, que tenemos una incapacidad real para -con
el modelo actual– convertir la inversión en educación en creación de empleo, con
la consiguiente  grave crisis del empleo
juvenil.
Los científicos que sentaron
las bases de las ciencias sociales a finales del siglo XIX -como Émile Durkheim,
Max Weber o Sigmund Freud- comprendieron que el 
trabajo ocupaba un lugar central en la vida moderna. El profesor y psicólogo
estadounidense Howard Gardner, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales
2011, y autor de la teoría de las inteligencias múltiples, cuando describe las
capacidades en las que tenemos que preparar a los jóvenes para el futuro, lo
hace desde el sentimiento de que el mundo en el que le gustaría vivir es un
mundo caracterizado por el trabajo bien hecho. Pero, siendo éste un elemento
central en nuestras vidas, la mayoría de los especialistas en prospectiva en
los últimos años, vienen vaticinando un futuro incierto para el empleo, tal y
como lo hemos venido concibiendo.  Trabajo
y  trabajo bien hecho han sido atributos centrales
de nuestra  Sociedad Vasca por los que ha
sido reconocida en largos períodos de su historia.  ¿Podremos afirmar que seguirán siéndolo en el
futuro? ¿Podremos trasladar, con credibilidad, 
estos  valores a los jóvenes, si
todo parece indicar que  “el trabajo” tal
y como lo hemos  configurado, ya  no da para más? .

El Sociólogo Alain Touraine (también
Premio Príncipe de Asturias de
Comunicación y Humanidades 2010
,)  nos decía en el transcurso de una conferencia reciente
en Bilbao, que la misma forma que teníamos de formular los problemas hace
imposible el solucionarlos. El problema del empleo juvenil es uno de esos que necesitan
cambiar la forma en la que lo planteamos, ya que más allá de ser visto como una
consecuencia “inevitable”  del proceso de
crisis en el que nos encontramos, debe ser enfocado como un interrogante a toda
una sociedad sobre la forma en la que estamos organizando  la actividad económica y las prioridades en la
misma.

Cada vez cobran más fuerza voces
de pensadores de enorme talla intelectual y moral  que abogan por la necesidad de adoptar un nuevo
enfoque global  que resitúe el  valor central de  “lo humano” en las actividades económicas.
Desde cualquier ángulo que las analicemos la respuesta es siempre la misma: no
hay otro camino que avanzar necesariamente hacia la sostenibilidad con la mayor
equidad posible de los recursos humanos, económicos, sociales y ecológicos. Y
entre esas “verdades” que vamos buscando nos aparece constantemente la necesaria
y urgente práctica intensiva de los valores éticos universales en todos los
ámbitos: personales, organizacionales y de todo el conjunto de la sociedad, conciliando
la  libertad individual conquistada, con
la necesidad de cooperar y participar en la construcción del “nuevo” bien
común. Y este es el punto en el que nos encontramos en la agenda de trabajo de la Innovación Social.
Hacer realidad este nuevo paradigma
supone dar un paso de gigante en la evolución humana. Cuidar del futuro, de la
forma en la que pasamos el testigo a las generaciones venideras, dando oportunidades
reales a otros, aun en condiciones desafiantes, promover ciudadanía en las  personas y organizaciones, que con iniciativa
“empujan”, no esperan a que sean “otros” los que resuelven las cosas, crean
valor y dan lugar a iniciativas, empresas y servicios de alta calidad, de nuevo
cuño, basados en el conocimiento y en el buen saber hacer. Hacer realidad una
sociedad responsable, que integra y acoge, y tiene en cuenta las consecuencias
de sus actividades para los “otros” y nos hace sentir bien, tiene que ser
nuestra prioridad cada mañana.
El pasado agosto murió a los
82 años de edad Neil Armstrong. Entre sus últimos deseos figuraba el de hacer
llegar a las generaciones venideras el valor de los sueños, del esfuerzo, la
perseverancia y el trabajo, invitándoles a dar «un pequeño paso para un
hombre, pero un gran salto para la humanidad». Hagámosle un guiño a la
luna en su memoria.  Planteemos con decisión,
esfuerzo e imaginación este gran salto “de humanidad” que devuelva la confianza
en la sociedad que estamos construyendo, una sociedad que se ocupa de integrar
y dar respuesta a los principales problemas que nos preocupan a todos de manera
innovadora.  
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