Una vez más publicamos un artículo de Juanjo Goñi ya aparecido en prensa, pero al que queremos dar la mayor difusión posible por las cuestiones de debate que nos plantea.
«No ha sido hasta el siglo XX que las personas hayan incluido en su agenda anual el viaje de vacaciones. Hoy más de 500 millones de personas cambian de país para dar respuesta a esta necesidad reciente de vivir o ver otros lugares unos días al año, cuando hace 100 años el desplazamiento máximo a lo largo de toda la vida de la población alcanzaba de media sólo los 50 kilómetros de distancia. Los que viajaban lo hacían por necesidad de buscar nuevos espacios de trabajo; eran emigrantes con pocas oportunidades de volver a sus países de origen. Algo parecido pasaba con las mercancías. Los tránsitos comerciales lo eran de unos pocos productos, ausentes en las regiones destino y con valor suficiente para compensar las dificultades de los transportes marítimos. La movilidad de personas y mercancías era limitada o insignificante en relación con la situación de hoy en día. Pero para ser exactos hay que añadir otra fuente de movilidad que rebasa las dos anteriores y que es de los últimos 15 años, no es otra que la de la información. Estamos en los tiempos de la información, la información se desplaza y comparte entre quien desee hacerlo, millones de ciudadanos del mundo poseen una dirección destino desde la que recibir y emitir información.
Mercancías, personas e información están circulando por el mundo a una velocidad nunca imaginada, dando lugar a una nueva situación en la que lo heterogéneo domina sobre lo homogéneo, donde lo diverso supera a lo habitual, donde lo inesperado supera a la tradición, donde lo distante es mejor conocido que lo próximo, donde el origen no importa, donde se ensalza lo global en detrimento de lo local. Es la época del turmix y de los cócteles y del puré, donde lo esencial se pierde porque se difumina, se entremezcla, en una amalgama de confusiones colectivas fruto de corrientes de moda bien orquestadas por sistemas de comunicación masivos.
Es la globalización que rinde culto a la dimensión, a la economía de escala productiva, al fomento de la necesidad de transportar mercancías e información, a las grandes concentraciones de riesgos y poder financieros, a la macrourbe, a la cultura universal de hábitos de vida y del consumo para sostener una economía sobrepasada en capacidad y pésima en sostenibilidad y acceso a la riqueza. Lo global progresa homogeneizando la diversidad y con ello la riqueza de disponer de recursos diversos que permitan crear lo nuevo. Los biólogos saben de los procesos vitales y nos explican muy bien las circunstancias para generar la especialización y la diversidad. Ésta se produce cuando una especie está expuesta a circunstancias diferenciales durante un periodo de tiempo, en un contexto aislado y al que ha de responder. Por el contrario cuando los hábitats se homogenizan disminuyen las especies a favor de las que son dominantes en un espacio concreto por muy grande que sea.
La proximidad está denostada desde la cultura individualista que nos educa en lo mío y sostiene lo colectivo como un espacio común de muchos desconocidos entre sí y no administrado por nadie en particular. Son terceros impersonales los que nos conducen a través de la política, el mercado, los movimientos religiosos y los principios universales del bien público, la libertad, la democracia y la ética, generando una desafección de las personas con los problemas sociales, a excepción de los particulares de cada uno. La responsabilidad de las cosas malas que nos pasan la ubicamos en los terceros impersonales de los que opinamos en las encuestas populares.
La sostenibilidad, la eco-economía, la calidad de vida, la diversidad, la solidaridad y otras capacidades de las que adolecen los sistemas vigentes dependen de volver a reconsiderar el valor de lo próximo, en la forma en la que nos organizamos socialmente y en cómo repensamos la gestión de lo particular y lo colectivo. Las paradojas de los enfoques de lo global llevan a través de la uniformidad a desaprovechar los
recursos y responsabilidades locales porque algo se considera un bien o un servicio público. Lo próximo y la gestión muy local a través de pequeñas comunidades rinde efectos positivos en todo lo vinculado a la persona y a los medios naturales. La educación, la salud, la relación con el entrono natural, la agricultura local, la cultura y las tradiciones deben ser diseñadas desde la proximidad y no desde la distancia. La homogeneización lleva en estos casos a pérdidas notorias y ahora veremos como volvemos a la hospitalización a domicilio y al médico de familia, a la recogida selectiva de basuras, al comercio de relación, a los centros educativos próximos a la comunidad de vecinos, y a los equipos como unidad de máximo rendimiento y participación en la empresa. Volvemos a creer -porque lo necesitamos- que lo pequeño es bello, porque a la escala de cada persona la gran dimensión y lo global aporta sólo dos cosas: cobertura emocional por pertenencia a una marca social y disponibilidad de recursos estándar más económicos. Estas ventajas lo son si en la balanza no se incluyen otros factores como los medioambientales, de pérdida de diversidad y de personalización.
Lo global como lógica universal dominante en la economía de hoy entrará en confrontación con el valor de lo próximo, de lo local, que es hoy en día un rescoldo de una economía pasada a la que no se volverá de otra manera. Sin duda y a largo plazo la economía sostenible va transitar por estos caminos y no por los de recuperar el consumo y diversificar los sectores. También tendremos que reconducirá el sentido de propiedad de los bienes tangibles e intangibles. Por ejemplo decimos hoy que los recursos son públicos o privados, o lo son de todos en sentido amplio o son de alguien, de propietarios con nombres y apellidos. Lo próximo como concepto de organización nos aportará otras modalidades de bienes comunales que lo son de colectivos innominados que han regulado de forma muy satisfactoria bienes sostenidos durante mucho tiempo. En nuestra tradición y en la de muchos pueblos existen los montes comunales, el auzolan, las comunidades de regantes y sin ir muy lejos las sociedades gastronómicas. Muchos de estos modos de comunidad de medios de explotación y cuidado colectivo van reduciéndose ante la dualidad de público o privado, como modelo de gestión de los recursos. Lo próximo en estos momentos de crisis nos aporta la posibilidad de compartir recursos excedentes en manos privadas, que tendremos que compartir en una economía mejor gestionada. Tenemos superavit en lo que poseemos y que no usamos, como el vehículo privado, y déficit en lo que usamos y compartimos a pequeña escala como la comunidad de vecinos. Este camino nos llevará a una microeconomía dentro de la economía oficial -que perderá sin duda dimensión- a costa de una mayor calidad de vida de los ciudadanos.
La economía de proximidad frente a la economía global o de distancia, dirimirán el cambio de modelo económico. Y para que ésto sea posible hay que rescatar viejas formas de generación de comunidades de recursos y problemas. Estas iniciativas actualizadas con el uso de las tecnologías vigentes permitirán compartir y hacer sostenibles recursos que han sido explotados en exceso fruto de una búsqueda implacable de una economía del coste, donde el valor aportado a la personas sea educado y orientado a la función del poseer, más que a la de sentir con otros compartiendo una finalidad próxima y de dimensión humana».
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En este orden de cosas se está destruyendo el comercio de la tienda de al lado. Algún día la echaremos en falta