«La cultura líquida moderna ya no es una cultura de aprendizaje, es, sobre todo, una cultura del desapego, de la discontinuidad y del olvido”.
Frente a este escenario, el sociólogo asegura que muchos jóvenes sienten la tentación de quedarse al margen, de no participar en la sociedad: algunos de ellos se refugian en un mundo de juegos on line y de relaciones virtuales, de anorexia, depresión, violencia, alcohol e incluso de drogas duras, en un intento de protegerse de un entorno que cada vez más se percibe como hostil y peligroso.
“La búsqueda de una vida mejor es lo que nos ha sacado de las cuevas, un instinto natural y perfectamente comprensible, pero en el último medio siglo se ha llegado a pensar que es equivalente al aumento de consumo y eso es muy peligroso”
quiere dejar claro que hay una diferencia entre «lo inevitable» en
este mundo líquido y lo que está ocurriendo en la vieja Europa desde que
arrancó la crisis: «La relación de dependencia mutua entre el Estado y los
ciudadanos ha sido cancelada unilateralmente. A los ciudadanos no se les ha
pedido su opinión, por eso ha habido manifestaciones en las calles. Se ha roto
el pacto social, no es extraño que la gente mire cada vez con más recelo a los
políticos. Una cosa es la dosis necesaria de austeridad tras «la
orgía consumista» de las tres últimas décadas, y otra muy distinta es
«la austeridad de doble rasero» que están imponiendo los Gobiernos en
Europa.
«La austeridad que están
haciendo lo Gobiernos puede resumirse así: pobreza para la mayoría y riqueza
para unos pocos (los banqueros, los accionistas y los inversores). O lo que es
lo mismo: austeridad para España, Grecia, Portugal e Italia, mientras Alemania
hace y deshace a sus anchas. Como dice mi colega, el sociólogo alemán Ulrich
Beck, Madame Merkiavelo (resultante de la fusión de Merkel y Maquiavelo)
consulta todas las mañanas el oráculo de los mercados y luego decide».
mercados ¿Qué hacemos entonces con los políticos? Porque ése es el gran problema. La
falta de confianza en los políticos es un fenómeno a nivel mundial. Y la razón
de fondo es que los políticos no tienen ningún poder, el estado no tiene poder.
En el mundo globalizado en el que vivimos, las decisiones las toman los poderes
económicos que no entienden de fronteras. El gran reto del siglo XXI va a ser
precisamente acabar con el divorcio entre poder y política.
inmortal. Y Bauman nos invita a defender la sanidad pública, la
educación pública o las pensiones mientras podamos. Aunque poco a poco habrá que
hacerse a la idea de que el «estado social» como el prefiere llamar al denominado «estado del bienestar» se irá disolviendo y
acabará dejando paso a otra cosa. Un planeta social con
organizaciones no gubernamentales que cubran los huecos que va dejando el
estado. Zygmunt Bauman cree sobre todo en la posibilidad de crear una realidad distinta
dentro de nuestro radio de alcance. De hecho, los grupos locales que están
creando lazos globales como Slow Food,
son para él la mayor esperanza de cambio.
“Hay que
replantearse el concepto de felicidad, pronostica Bauman. Hemos olvidado el amor, la amistad, los sentimientos y el trabajo bien hecho”. Lo que se consume, lo que se compra “son solo sedantes morales que tranquilizan tus escrúpulos éticos”.