Un artículo de Federico Solana, presidente de NSF y miembro del Ícaro Think Tank. Publicado por El Correo el domingo 22 de enero.
Estamos viendo todos los días cómo el Consejo de Europa interviene en la actividad económica de los países europeos, y hay muchas voces reclamando el fortalecimiento del Banco Central Europeo, la armonización fiscal, la igualación de las políticas sociales y el mantenimiento y reforzamiento de la moneda europea.
Los pueblos de Europa están comprendiendo que ya no es sostenible la vieja ambición soberanista, que fue motivo de grandes contiendas bélicas en los siglos XIX y XX. Ahora toca compartir, crear un futuro común y no enquistarse en luchas vecinales que sólo conducen a fomentar el odio y acaban siempre generando violencia. Ello exige crear una nueva perspectiva en la que aprendamos a colaborar y a abrirnos a los otros sin perder la identidad propia.
Estudios sociológicos muestran que a medida que prosperan y se desarrollan las sociedades, los individuos que las componen se hacen más y más individualistas, entendiendo por individualismo la preocupación dominante y prioritaria por el bienestar del individuo y de su familia más próxima.
Pero ese individualismo no está reñido con un espíritu cívico que podríamos denominar “asociativo” y que favorece el entendimiento y la colaboración con los demás para la consecución de objetivos comunes. El ejemplo podría ser el carácter británico, paradigma del individualismo, pero siempre dispuesto a asociarse para un fin compartido, sea deportivo, cultural lúdico o de la naturaleza que sea.
Para ello debemos apostar por el Individualismo Cívico, valor cultural del futuro, que abarca por una parte, los valores individuales de la autonomía, la iniciativa, la creatividad y la responsabilidad ética, y por otra, los valores colectivos, como el trabajo en equipo y la cooperación. Todo ello, no sólo en el plano de los conocimientos, sino también en el plano de los sentimientos y las acciones.
Y a nosotros, como ciudadanos integrados en ese espacio europeo, ¿qué nos toca hacer?. Pues, como ciudadanos libres, maduros e inteligentes, nos toca despojarnos de todo prejuicio y apriorismo cultural, social, étnico o de cualquier otra naturaleza, y animarnos a compartir con todos los demás ciudadanos, igualmente libres, maduros e inteligentes, unas nuevas convicciones, que se traduzcan en una vida en común en una Europa basada en valores.
Para ello, debemos romper barreras mentales, abrirnos al mundo, ayudar a que nazca esa nueva sociedad europea ligada a estos valores del futuro, construir entre todos una visión compartida, ver a Europa como un espacio de cooperación, en el que los valores culturales de intentar comprender al diferente sean una seña de identidad para nosotros mismos, y para el resto del mundo.
Esto exige que todos y especialmente los jóvenes cambiemos nuestras mentes y nos impregnemos de esta nueva cultura. Debemos hacer algo nuestro las instituciones europeas y comprender que únicamente será una realidad la Unión Europea cuando todos y cada uno de sus miembros nos esforcemos por aceptarla y construirla. Eso significa que nos hemos de desarrollar como personas abiertas a la construcción del bien común europeo en unión con los demás hasta ahora ajenos y lejanos.