Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y directora de la Fundación amiga Étnor, reflexiona serenamente en las páginas de El País de 7 de junio sobre los últimos acontecimientos políticos que se han sucedido en España. Merece la pena dedicarle unos minutos.
En su opinión, el resultado de las elecciones europeas tendría que haber hecho saltar las alarmas en los grandes partidos y en las instituciones. El aumento de votos en partidos habitualmente minoritarios y el espectacular surgimiento de otros nuevos, son muestra de que buena parte de la ciudadanía experimenta una profunda insatisfacción. Porque ya no sólo se trata de manifestaciones y protestas en las calles o en las redes sociales, no, se trata de que un gran número de ciudadanos han expresado -en voto secreto- su rechazo a lo que se está haciendo tanto en la Unión Europea como en España.
Tomar buena nota del descontento y cambiar radicalmente el modo de actuar en cuestiones de justicia es la única salida legítima, destaca. Porque los ciudadanos han votado pensando en España y también en la Unión Europea. Han pensado en el sufrimiento de los inmigrantes, en la lacra del paro, en la pobreza de las familias y en el hambre infantil. Pero también han votado fijándose en el éxodo de miles de jóvenes, en los escándalos de corrupción, en los sueldos blindados millonarios, o en el hecho de que escuelas públicas no cierren en verano para que los niños puedan comer una vez al día. Y todo este conjunto de cosas ha llevado a muchos ciudadanos a optar por partidos que no han tenido la oportunidad de gestionar el poder político. El refrán «más vale malo conocido que bueno por conocer» no les ha convencido. Sin embargo sí han llegado a la convicción de que el voto útil no es el que refuerza lo que se está haciendo, sino el que permite iniciar nuevos caminos.
España necesita, en opinión de Adela Cortina, una realidad y un relato atractivos y seductores capaces de cautivar a las nuevas generaciones y a las que llevan ya a sus espaldas años de historia. Necesita ofrecer un proyecto de convivencia ilusionante, en el que merezca la pena participar de manera activa. Los protagonistas de este relato atractivo, no cabe duda, han de ser los ciudadanos que, en primer término, deberían ser los agentes y los beneficiarios de la vida democrática. También los partidos políticos han de aprender de la experiencia electoral: los mayoritarios a tomar como prioridad las necesidades y los derechos de las gentes; y los minoritarios, además de denunciar las lacras, tienen que hacer propuestas no sólo moralmente deseables, sino también realmente viables.
Y en una monarquía constitucional como la de este país, un protagonista del futuro y del relato es también el rey. El nuevo rey que recogerá la antorcha y que llevará a cabo ese recambio generacional. La trayectoria del nuevo rey, afortunadamente, lleva a confiar en que -con los ojos de una generación nueva- será un excelente cómplice de ciudadanos y políticos en la tarea de construir un país «que tenga por corazón la preocupación por la justicia y el sentido de la compasión» concluye Cortina.