Las emisiones mundiales de CO2 han alcanzado su más alto nivel histórico en 2010, señala Le Monde en su edición de 30 de mayo. Estas emisiones exponen al planeta a un riesgo de recalentamiento incontrolado. La alerta lanzada por la Agencia Internacional de la Energía ayer, merece ser escuchada.
Mientras que una parte del globo, desde Francia hasta China, sufre un excepcional episodio de sequía, un fenómeno que podría llegar a ser cada vez más frecuente según los expertos, el clima parece no haber estado nunca tan ausente de las preocupaciones. Los más ricos del planeta, reunidos en Deauville los días 26 y 27 con el grupo del G8, han tratado superficialmente el tema para confirmar su rechazo a comprometerse en un acuerdo apremiante.
Todo aboga por que el clima permanezca en el centro de las prioridades de la comunidad internacional. Para comenzar, la multiplicación de los sucesos meteorológicos extremos. Los desajustes anunciados por los expertos en el clima se verifican cada día un poco más, infligiendo a la economía mundial pérdidas considerables. Los interrogantes sobre la energía nuclear después de la catástrofe de Fukushima obligan seguidamente a repensar nuestro futuro energético. Alemania, que acaba de decidir la renuncia a la energía nuclear a partir de 2022, se transforma en laboratorio. ¿El remplazo del nuclear, débil emisor de CO2, se hará por energías renovables o bien por gas y carbón, con el riesgo en esta última hipótesis, de cambiar el riesgo nuclear por el peligro climático? En fin, la llamarada de la cotización del petróleo, que vuelve un poco más competitivas las energías renovables, debería incitar a los Estados a subvencionar en primer lugar las tecnologías “verdes”, y no las energías fósiles.
Para tener una posibilidad de mantener el recalentamiento bajo el límite de 2 ºC de aquí a fin de siglo, las emisiones de CO2 deben no solamente cesar de aumentar, sino comenzar a bajar a partir de 2015. Este objetivo necesita inversiones masivas en las energías renovables y las economías de energía. Es poco probable que los gobiernos tomen este camino en ausencia de un acuerdo internacional ambicioso.
Por el momento, los compromisos de reducción de las emisiones de CO2 no representan más que el 60% del esfuerzo necesario. Son numerosos los países en desarrollo que esperan de Europa, históricamente a la cabeza en la cuestión del clima, que continúe interpretando el papel motor. La Unión europea se ha comprometido ya a reducir sus emisiones de gas de efecto invernadero en un 20% de aquí a 2020 en relación con el nivel de 1990. ¿Hace falta ir más lejos: alcanzar el 30%, aún a riesgo de “hacer rancho aparte”? Siete países europeos están a favor; Francia tergiversa. El Consejo europeo de ministros de medio ambiente, el 21 de junio, dará a los Veintisiete una oportunidad de volver a poner el clima en primer plano. Sería una buena cosa. Pero, sin el compromiso de los Estados Unidos, de China y de India, principales emisores del planeta, las emisiones de CO2 continuarán alzando el vuelo.