Tienen prohibido conducir o desplazarse sin un tutor… pero, a pesar de una «sujección infernal«, como destaca el enviado especial de Le Monde, Gilles Paris, en Arabia Saudita son cada vez más numerosas las mujeres que trabajan y se abren camino en los bancos o en los despachos de abogados.
Arabia Saudita tiene la más detestable de las reputaciones tratándose de la condición femenina. Es el único Estado del mundo donde las mujeres, por otro lado ausentes en los principales lugares del poder, no tienen derecho a conducir. El reino impone también una segregación estricta entre géneros en los lugares públicos.
En un país pobre en transportes públicos, grande como casi cuatro veces Francia, donde las ciudades son como las metrópolis americanas, muchas mujeres se indignan por el hecho de que los religiosos más radicales asimilen el derecho a desplazarse libremente con un permiso para una conducta licenciosa y una incitación al vicio.
La juventud saudita, enganchada permanentemente a Internet y en contacto directo con otras culturas menos coercitivas, no es una excepción a este espíritu. Argumentan que la prohibición de conducir se establece para la protección de las mujeres respecto a un medio agresivo y violento que las rodea.
En 1964, el rey Faysal no dudó en hacer que la Guardia nacional, cuerpo pretoriano que asegura, más que la armada, la perennidad del reino, vigilara la apertura de escuelas destinadas a las niñas. Cuarenta años más tarde, el príncipe heredero Abdallah declaró a Le Monde que la emancipación de las Sauditas llevaría «menos años que los que se cuentan con los dedos de una mano«. El tiempo, según él, en que «el estado de espíritu, la mentalidad de sus maridos y de sus hijos evolucionen». Abundando en esta idea, en el reino no faltan fuertes personalidades como una de las hijas del rey, Adilah, en cuya opinión «la posibilidad o no de conducir no es una prioridad aquí… vale más concentrarse en la educación y en los derechos de la mujer. De una parte porque una mujer bien formada tiene más suerte para interpretar el rol que pretende y, por otra parte, porque hay que mover la ley, demasiado amenudo muy restrictiva, para todo lo que respecta a los niños en el caso de un divorcio«.
Pero las profesionales de Riyad y de Djedda rechazan, sin embargo, con virulencia la concepción del feminismo a la occidental, percibido como el avatar de un pensamiento colonial. «Encuentro extraño que las europeas y las americanas sean incapaces de intentar un poco de diplomacia respecto a nuestro estatus y que se muestren también incapaces de comprender a los otros«.
«Que nos dejen hacer a nuestra manera, las lecciones que nos enseñan son totalmente contraproductivas. No nos ayudan en nada. Al contrario, nos hacen incluso recular! Aquí, la resistencia a los cambios que deseamos está muy bien organizada. Los que los rechazan tienen miedo de perder su poder, son hipócritas que no quieren el desarrollo de Arabia Saudita» opina Lama Souleiman, una de las dos mujeres elegidas en la Cámara de Comercio de Djedda en 2005.